A oscuras la Macro Plaza de Piedras Negras: abandono que desalienta la vida pública
La macro plaza luce a oscuras limitando las diversas actividades que se desarrollan en todo su extensión


La Macro Plaza de Piedras Negras, uno de los espacios públicos más representativos y concurridos de la ciudad, se encuentra actualmente sumida en la oscuridad. Este lugar, tradicionalmente destinado al esparcimiento, la práctica deportiva, el paseo familiar y la convivencia, ha sido dejado en penumbras, lo que no sólo compromete la seguridad de quienes la visitan, sino que también refleja un estado de abandono institucional que contrasta con su relevancia urbana y simbólica.
No es menor la importancia que tiene esta plaza para la ciudadanía. Por años, ha funcionado como un punto de encuentro, un espacio intergeneracional donde conviven jóvenes haciendo ejercicio, niños jugando, adultos disfrutando de alimentos típicos y personas mayores caminando al aire libre. Su función como pulmón social y cultural es innegable, y sin embargo, hoy enfrenta una situación que parece haber sido ignorada por quienes deberían velar por su mantenimiento.
La falta de alumbrado público no es un detalle menor. Es, de hecho, uno de los aspectos esenciales en cualquier espacio urbano seguro. Al caer la noche, las sombras se apoderan de la Macro Plaza y convierten un lugar destinado a la vida comunitaria en un espacio desolado e incluso hostil. Los beneficios de este tipo de plazas no sólo radican en su diseño, sino en su permanencia como sitios accesibles, iluminados, seguros y funcionales para todos. Cuando uno de estos elementos falla, todo el equilibrio se rompe.
La oscuridad genera múltiples consecuencias. Desde la inseguridad percibida hasta el desplazamiento de actividades saludables y recreativas. Caminar por un sitio emblemático sin iluminación equivale a desalentar a la población a usarlo. Esta percepción, real o no, afecta directamente la calidad de vida en la ciudad, empobrece el tejido social y limita el acceso equitativo al espacio público.
Además del impacto en la experiencia de los ciudadanos, otro sector que enfrenta afectaciones evidentes es el comercial informal que se instala en esta zona. Vendedores de elotes, churros, golosinas, bebidas y otros antojitos han experimentado una disminución notable en sus ingresos. El comercio local de este tipo depende enteramente de la afluencia de personas, que naturalmente se reduce cuando el espacio deja de ser atractivo o seguro.
Cada día que pasa sin que se restablezca el alumbrado significa no sólo una pérdida económica para estos trabajadores, sino también la erosión progresiva del dinamismo de una plaza que alguna vez fue símbolo de convivencia. La situación se vuelve aún más crítica si se toma en cuenta que muchas de estas personas dependen exclusivamente de sus ventas diarias para sostener a sus familias.
La falta de iluminación no es simplemente un desperfecto técnico. Es, en este contexto, una manifestación concreta de descuido institucional. Cuando una ciudad no cuida sus espacios públicos, está enviando un mensaje de desinterés hacia su propia ciudadanía. Este tipo de omisiones golpea particularmente a quienes no tienen otras alternativas de esparcimiento ni recursos para actividades recreativas privadas.
Además, no es solo un tema de confort o de estética urbana, sino también de derecho al espacio público. Las plazas, parques y sitios de libre acceso deben estar plenamente habilitados para su uso, especialmente en ciudades que buscan ser incluyentes, seguras y cohesionadas. La Macro Plaza, al quedar a oscuras, se convierte en un ejemplo de cómo la omisión de lo básico –como el alumbrado– puede tener un efecto dominó que desarticula dinámicas comunitarias importantes.
La crítica social no radica únicamente en señalar el apagón literal, sino en lo que este representa en términos simbólicos: el apagón del interés por la vida pública, por el comercio popular, por los derechos de quienes caminan, corren, venden, juegan o simplemente se sientan a descansar en ese espacio. Una ciudad que apaga sus plazas no solo oscurece sus calles, también atenúa la vitalidad de su gente.
El contraste con otros espacios públicos que sí reciben atención refuerza la percepción de desigualdad en la gestión urbana, donde ciertos sitios o sectores parecen ser atendidos con mayor prontitud o prioridad. La pregunta que muchos se hacen, aunque no siempre en voz alta, es si los espacios más frecuentados por la población común están quedando relegados a un segundo plano.
En el caso de la Macro Plaza, las consecuencias están a la vista: calles vacías donde antes había bullicio, bancas solitarias donde solían reunirse grupos de amigos, y puestos cerrados donde antes se compartía un churro o un elote al anochecer. La vida que solía fluir con naturalidad ha sido contenida por algo tan sencillo —y a la vez tan esencial— como la falta de luz.
Recuperar esta plaza no requiere grandes obras ni inversiones millonarias, sino voluntad y compromiso con el bien común. El alumbrado público, más allá de su funcionalidad, es una herramienta de inclusión, de justicia espacial y de fortalecimiento comunitario. Ignorarlo es asumir que la ciudadanía puede acostumbrarse a la oscuridad. Pero una comunidad que exige, que observa y que no normaliza el abandono, tiene el poder de exigir que se encienda de nuevo la luz en todos los sentidos.