A sus 77 años, Rocío Riojas conserva la tradición de honrar a sus abuelos
A sus 77 años, Rocío Riojas honra a sus abuelos en el panteón Guadalupe de Monclova, manteniendo viva la tradición familiar del Día de Muertos.

Desde pequeña, acompañaba a su madre al panteón Guadalupe de Monclova, donde colocaban flores sobre la tumba de sus seres queridos.
A sus 77 años, Rocío Riojas sigue visitando el panteón Guadalupe de Monclova para llevar flores a las tumbas de sus abuelos, Cecilio Segovia y María Palacios. Desde niña aprendió de su madre el valor de recordar a quienes ya partieron, y cada Día de Muertos revive esa tradición con la misma devoción y ternura que la acompañan desde su infancia.
La herencia de una tradición familiar
Para Rocío Riojas, el Día de Muertos es una forma de mantener viva la historia familiar. Desde pequeña, acompañaba a su madre al panteón Guadalupe, donde colocaban flores sobre la tumba de sus seres queridos. Con una voz suave y una mirada llena de nostalgia, recuerda cómo su mamá era quien organizaba las visitas, llevando siempre un ramito de flores, aunque fuera sencillo, para honrar a sus padres y hermanos. En ese mismo lugar descansan sus abuelos, Cecilio Segovia y María Palacios, quienes fallecieron en distintos años. Aunque Rocío apenas conoció a su abuelito, asegura que su presencia sigue viva en cada flor que coloca sobre sus lugares de descanso. Esa costumbre, dice, se convirtió en un ritual de amor y respeto que no ha dejado de practicar a lo largo de su vida.

Un lazo que vence al tiempo y la distancia
Rocío nunca dejó que el paso de los años borrara ese vínculo con sus antepasados. A pesar de no tener hijos, comparte la tradición con sus sobrinos e hijos de los mismos, a quienes enseña la importancia de mantener el recuerdo vivo. Les habla del cariño hacia los abuelos, del deber de visitar las tumbas y de no dejar solos a quienes fueron parte fundamental de la familia. Con una sonrisa melancólica, comenta que también espera ser recordada de la misma manera: con una flor sencilla, un gesto pequeño, pero lleno de amor. “Aunque sea un ramito, un cariñito”, dice entre risas, convencida de que el verdadero homenaje está en no olvidar.

El reencuentro con los que ya se fueron
Cada año, Rocío se adelanta al bullicio del Día de Muertos para visitar el panteón antes de que se llene. Camina entre los pasillos, busca las tumbas de sus familiares y acomoda con cuidado los ramos frescos que ha preparado. En su recorrido también pasa a saludar a su madre, quien ahora descansa en el mismo lugar. “Ella era la que venía a visitar a todos y ahora me toca a mí seguir con eso,” comentó. El sol cae sobre las lápidas, el viento levanta el aroma de las flores y Rocío se despide con la promesa de volver. Su historia es una de tantas que dan vida al panteón Guadalupe cada noviembre: historias de amor, memoria y raíces que se niegan a desaparecer, porque en Monclova, recordar a los que ya no están es seguir viviendo con ellos.




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