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Acumulan basura a las afueras de la primaria Benito Juárez

Ciudadanos aprovechan el periodo vacacional para realizar este tipo de acciones que perjudican a los planteles

Acumulan basura a las afueras de la primaria Benito Juárez: Ciudadanos aprovechan el periodo vacacional para realizar este tipo de acciones que perjudican a los planteles
José Gaytán
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Durante el actual periodo vacacional, un problema lamentablemente recurrente ha vuelto a hacerse presente: la acumulación de basura a las afueras de instituciones educativas que, debido al receso escolar, permanecen sin personal ni vigilancia permanente. Un ejemplo evidente es lo que ocurre en la escuela primaria Benito Juárez, ubicada en la zona centro de la ciudad, donde se ha documentado una importante cantidad de desechos depositados por personas que, aprovechando el aparente abandono del lugar, lo convierten en un vertedero informal.

La situación refleja una preocupante falta de conciencia cívica en ciertos sectores de la población que, lejos de mostrar respeto por los espacios públicos —y más aún por instituciones formadoras de futuras generaciones—, optan por deshacerse de su basura en sitios que consideran “nadie está viendo”. Esta conducta va más allá de un acto aislado; es el reflejo de una cultura permisiva, en la que lo colectivo es menospreciado y en la que la negligencia individual tiene un impacto directo en la imagen urbana y la salud pública.

Afuera del plantel escolar se pueden observar restos de hojas de los árboles, bolsas repletas de basura doméstica, desechos orgánicos. Este tipo de basura, además de ser un foco de infección, representa un riesgo para la seguridad y el bienestar de los vecinos, ya que atrae fauna nociva como ratas, cucarachas y perros callejeros, generando un entorno insalubre justo en el corazón de la ciudad.

La acumulación de residuos frente a un espacio educativo no solo es antiestética, sino que resulta profundamente simbólica. Habla del deterioro de los valores comunitarios, del abandono del sentido de pertenencia y del respeto por el entorno que todos compartimos. La escuela, como institución, representa la base de la formación de ciudadanos responsables, y cuando se convierte en un basurero durante las vacaciones, el mensaje implícito es devastador: no importa lo que simboliza, no importa a quién sirve ni lo que representa para la sociedad.

Más allá de los rondines ocasionales que puedan realizar las autoridades de seguridad, el problema aquí es estructural. No se trata solo de vigilar, sino de reeducar. De crear campañas permanentes de concientización que apelen al sentido común y al deber moral de cada habitante de cuidar y respetar su ciudad. De nada sirve la colocación de letreros que prohíban tirar basura si no hay consecuencias reales para quienes infringen estas normas ni un entorno cultural que las respalde.

La facilidad con la que algunas personas deciden abandonar sus desechos frente a una escuela revela, además, la ausencia de mecanismos efectivos para la disposición de residuos voluminosos. Si bien existen rutas de recolección, muchos ciudadanos ignoran —o deciden ignorar— los procedimientos adecuados para deshacerse de ciertos objetos, lo que lleva a este tipo de actos que perjudican a toda la comunidad. La falta de infraestructura para puntos limpios o centros de acopio tampoco ayuda, pero nuevamente, el primer paso es la voluntad de respetar los espacios comunes.

Con el inicio del próximo ciclo escolar, será el personal de intendencia de la propia institución quien, como cada año, tenga que enfrentar la desagradable tarea de retirar los desechos acumulados durante las semanas de receso. Una labor que no les corresponde, pero que terminan asumiendo por omisión de responsabilidades externas. Esta carga adicional refleja una injusticia silenciosa: mientras unos tiran basura con total desinterés, otros —por sentido del deber— deben recoger los restos del descuido colectivo.

Las escuelas deberían ser intocables. Deberían ser espacios sagrados para una comunidad que aspira a progresar y formar generaciones con mayor sentido ético y conciencia ambiental. Sin embargo, la realidad muestra lo contrario. La permisividad de ciertos actos va calando hondo y deja marcas, no solo en las banquetas o en los muros vandalizados, sino en la percepción general de que no hay consecuencias por dañar lo que es de todos.

El caso de la primaria Benito Juárez no es único. Se repite en otras escuelas, en parques públicos y en esquinas de colonias donde, por la noche, los residuos aparecen sin que nadie se haga responsable. La ciudad no solo requiere servicios públicos eficientes, sino también ciudadanos comprometidos, capaces de entender que vivir en comunidad implica respetar al otro, incluso cuando no hay nadie observando.

Es indispensable, por tanto, que se abra un espacio para la autocrítica como sociedad. ¿Qué clase de ejemplo se le da a un niño que regresa a clases y encuentra su escuela rodeada de basura? ¿Cómo se le puede inculcar el valor del respeto si lo que ve a diario contradice el discurso de los adultos?

No se trata de culpar a un sector en específico, sino de generar un llamado colectivo a la reflexión y la acción. La limpieza, el orden y el respeto por los espacios públicos no deberían depender de la vigilancia o de los castigos, sino de la convicción de que lo compartido tiene un valor mayor. Una escuela limpia, cuidada y respetada no solo es un lugar para aprender matemáticas o lengua, sino también un símbolo del tipo de ciudadanía que queremos construir.

Hasta que no se comprenda que el abandono de la basura es una forma más de violencia contra la comunidad, estos episodios seguirán repitiéndose. Y lo más grave es que dejarán de indignar, se volverán paisaje, rutina, normalidad. Y cuando la basura se convierte en parte del paisaje cotidiano, es porque algo más profundo se ha perdido en el camino.

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