Baches en la colonia Ramón Bravo afecta circulación
En la esquina de José María Bocanegra con bordo sur se encuentra la problemática vial

Sobre el cruce de la calle José María Bocanegra y el Bordo Sur, dentro de la colonia Ramón Bravo, el deterioro de la infraestructura vial ha dejado de ser una simple molestia para convertirse en una auténtica barrera al tránsito, a la seguridad y a la vida diaria de quienes dependen de estas vías. Lo que en otro tiempo fue una conexión funcional para cientos de automovilistas, hoy se encuentra prácticamente destruido por baches de dimensiones considerables, que no solo entorpecen el flujo vehicular, sino que exponen a los conductores a constantes riesgos y daños materiales.
Los baches, lejos de ser solo imperfecciones en el pavimento, se han transformado en trampas visibles que obligan a los automovilistas a maniobrar con extrema precaución, reduciendo su velocidad a niveles mínimos y, aun así, sin garantías de evitar los impactos. Quienes transitan por estas calles lo hacen con una mezcla de resignación y cuidado constante, sabiendo que una mala decisión o un mal cálculo puede traducirse en llantas dañadas, suspensión comprometida o incluso accidentes.
La colonia Ramón Bravo no es una zona de paso menor; al contrario, su ubicación estratégica y su conexión con distintas colonias populares del sur de la ciudad hacen que el tránsito por estas calles sea continuo y necesario. A través del Bordo Sur, muchas personas se desplazan diariamente hacia centros escolares, espacios laborales, comercios y viviendas, por lo que el deterioro de estas vías afecta directamente la movilidad cotidiana y el bienestar general de una parte significativa de la población.
Pero lo que más agrava la situación no es solo la presencia de los baches, sino la permanencia de los mismos a lo largo del tiempo. La existencia prolongada de estos daños revela un patrón más profundo de descuido, desinterés y normalización del deterioro urbano. En lugar de ser una excepción que amerite atención urgente, los baches se han convertido en parte del paisaje, en una característica más de una ciudad que parece rendida ante su propio desgaste.
Esta realidad representa mucho más que un problema vial. Se trata de una expresión física del abandono estructural que enfrentan muchas colonias urbanas. Las calles dañadas son reflejo de una visión fragmentada del desarrollo urbano, donde ciertas zonas —aquellas menos visibles o alejadas de los centros económicos— terminan siendo relegadas, condenadas a una infraestructura que se deteriora sin renovación ni mantenimiento.
Los daños en el pavimento también son una forma de violencia urbana silenciosa. Aunque no hieren de forma inmediata, sí impactan la economía doméstica de las familias que deben reparar sus vehículos con frecuencia; afectan los tiempos de traslado, reducen la calidad de vida y transmiten un mensaje claro: hay lugares que no importan. La desigualdad en la calidad de las vías de comunicación entre distintas zonas de la ciudad no es casualidad, es una consecuencia directa de decisiones —o la falta de ellas— en torno al cuidado del espacio público.
Además, los baches son una amenaza constante en términos de seguridad vial. En horas de poca visibilidad, como la noche o durante lluvias, se vuelven prácticamente invisibles. Un conductor que no los detecte a tiempo puede perder el control de su vehículo, ocasionar un choque o poner en riesgo a peatones y motociclistas. La degradación del pavimento no solo ralentiza el tráfico, sino que aumenta el riesgo de incidentes viales graves, especialmente en zonas donde la infraestructura urbana ya de por sí es limitada.
A lo anterior se suma el deterioro estético del entorno. Una calle llena de baches y grietas no invita al tránsito ni a la convivencia. Dificulta el acceso de servicios básicos como transporte público, reparto de mercancías, atención médica o escolar. Además, refuerza la percepción de olvido y afecta la relación que los habitantes tienen con su propio barrio. El deterioro visible de los espacios urbanos contribuye a una especie de anestesia colectiva, donde las personas aprenden a convivir con el abandono como si fuera parte inevitable de su vida diaria.
La situación en la Ramón Bravo es, lamentablemente, una postal repetida en muchas colonias de la ciudad. Las grietas en el pavimento son grietas en la estructura social. Y cuando una comunidad se ve obligada a adaptarse al deterioro como norma, se rompe algo más profundo que el concreto: se erosiona la confianza ciudadana en la posibilidad de vivir en un entorno digno.
Los automovilistas seguirán sorteando los baches, frenando de golpe, desviándose bruscamente y sufriendo las consecuencias económicas del desgaste. Mientras tanto, los baches seguirán creciendo, como crecen las consecuencias de una ciudad que parece mirar hacia otro lado.
En última instancia, el abandono de las calles no solo compromete la movilidad, sino que también debilita el sentido de pertenencia, el respeto por lo común y la posibilidad de construir comunidades más fuertes. La solución al problema no solo está en el concreto o en las reparaciones, sino en una revaloración del espacio urbano como patrimonio colectivo. Solo cuando se deje de tolerar el deterioro como una constante inevitable, podrá empezarse a hablar de un entorno verdaderamente justo y funcional para todos.
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