Calles hundidas en el centro evidencian abandono urbano y riesgo vial
La calle Morelos se ve afectada por el hundimiento en su cruce con Allende un punto estratégico para el turismo

El hundimiento registrado en la intersección de las calles Morelos y Allende, en pleno centro de la ciudad, es una evidencia más del deterioro que arrastra desde hace años la infraestructura urbana de Piedras Negras. No se trata solo de un socavón o una falla en el pavimento; lo que ocurre en esa esquina es una muestra tangible del desgaste progresivo de una ciudad que, a pesar de su importancia fronteriza, parece estar quedándose atrás en mantenimiento, planeación y cuidado del espacio público.
La calle Morelos es una arteria vital del primer cuadro de la ciudad. Conecta zonas clave, concentra comercio, tránsito constante, y una significativa cantidad de servicios médicos que, por su ubicación estratégica, son frecuentados por habitantes locales y turistas. Precisamente por eso, la afectación que produce este hundimiento va más allá de lo funcional: incide directamente en la imagen urbana de la ciudad y en la percepción de seguridad e infraestructura que se proyecta hacia el visitante.
La improvisación con la que se ha intentado prevenir accidentes —en este caso, mediante un simple cono colocado para advertir del peligro— no hace sino subrayar una problemática mayor: la falta de un sistema eficiente de respuesta ante situaciones de riesgo vial. Lo que debería haberse atendido de inmediato como una emergencia vial, con señalización y restricciones adecuadas, terminó dependiendo de la buena voluntad ciudadana. Y eso, en sí mismo, es un reflejo de abandono.
En zonas céntricas como esta, donde confluyen turistas médicos, transporte público y peatones, no solo es inadmisible que existan desperfectos de esta magnitud, sino que permanezcan sin una atención pronta. El centro de una ciudad debe representar su mejor cara, su carta de presentación. Pero aquí, la imagen predominante es la del descuido: pavimento colapsado, banquetas en mal estado, luminarias oxidadas y una atmósfera de dejadez que no se compensa con discursos oficiales ni eventos públicos.
El hundimiento en cuestión no es un caso aislado. Desde hace meses, ciudadanos han reportado baches, grietas, fugas de agua y fallas en el drenaje en distintas calles, tanto en zonas residenciales como en avenidas principales. La falta de mantenimiento sistemático y la evidente debilidad en la planeación urbana han permitido que estos deterioros se conviertan en parte del paisaje habitual.
En este contexto, vale la pena cuestionarse: ¿Cuándo dejó de ser prioridad el cuidado del espacio público? ¿En qué momento se volvió normal que calles fundamentales estén plagadas de desperfectos sin que haya soluciones concretas y duraderas?
Además de representar un peligro para automovilistas y peatones, este tipo de incidentes conlleva una afectación económica importante. Los vehículos sufren daños, los comercios pierden clientes y, en este caso específico, incluso los consultorios médicos se ven perjudicados por la menor accesibilidad y la imagen de inseguridad que genera el hundimiento. El centro se debilita, y con él, la economía que depende de su funcionalidad.
Desde una mirada más amplia, este problema deja ver la necesidad urgente de repensar el modelo de mantenimiento urbano. Ya no basta con aplicar reparaciones temporales o con cubrir baches de forma reactiva. La ciudad requiere una estrategia de mantenimiento preventivo, de vigilancia permanente, de inversión continua y, sobre todo, de visión a largo plazo. Las calles, avenidas y servicios no son un lujo: son un derecho urbano que impacta directamente en la calidad de vida de quienes aquí habitan y de quienes nos visitan.
Más allá del hoyo en la calle, hay un vacío institucional más profundo que debe ser atendido. La ciudad necesita volver a poner el foco en el peatón, en la movilidad segura, en el bienestar colectivo. No puede ser que los ciudadanos deban improvisar soluciones a problemas que corresponden al ámbito de lo público. Porque cuando eso ocurre, lo que se pierde no es solo el pavimento: se erosiona la confianza, se fractura la cohesión urbana, se mina la dignidad de la vida en comunidad.
Este hundimiento en Morelos debe ser el detonante para abrir una conversación seria sobre el estado real de las calles y la infraestructura de Piedras Negras. Ya no se puede seguir mirando hacia otro lado ni tolerando la normalización del deterioro. Una ciudad que permite que su corazón —su centro histórico— se hunda, también pone en riesgo su identidad, su desarrollo y su futuro.
La crítica no nace de la oposición por criticar, sino del deseo de ver una ciudad que respete a sus ciudadanos desde lo más básico: calles transitables, espacios cuidados, servicios públicos eficientes. La infraestructura no es invisible, aunque se quiera ignorar. Está ahí, cada vez que se pisa el asfalto resquebrajado, cada vez que se esquiva un bache o se atraviesa un charco de fuga. Está ahí, hundiéndose poco a poco, mientras esperamos que alguien se haga cargo.
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