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Cómo identificar la fatiga crónica: síntomas clave y posibles orígenes

ENFERMEDADES
Redacción El Tiempo
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El Síndrome de Fatiga Crónica (SFC), también conocido como Encefalomielitis Miálgica (EM/SFC), es una enfermedad compleja y debilitante caracterizada por una fatiga intensa y persistente que no mejora con el descanso y empeora tras realizar actividad física o mental.

A menudo mal comprendida y poco diagnosticada, esta condición puede afectar gravemente la calidad de vida de quienes la padecen, volviendo tareas cotidianas en verdaderos retos. Reconocer sus síntomas es fundamental para lograr un diagnóstico y tratamiento adecuados.

El síntoma principal del SFC es una fatiga profunda que dura al menos seis meses y no puede atribuirse a otra enfermedad. No se trata del cansancio habitual tras un día largo, sino de un agotamiento extremo que interfiere con la rutina diaria, el trabajo y las relaciones personales. Muchos pacientes describen una sensación constante de “niebla mental” que les impide rendir como antes.

Un rasgo distintivo del SFC es el malestar post-esfuerzo (PEM), que consiste en un empeoramiento de los síntomas incluso tras actividades leves, como caminar o concentrarse unos minutos. Este malestar puede prolongarse durante varios días o semanas. A ello se suman trastornos del sueño, como insomnio, sueño no reparador o alteraciones en los horarios de descanso.

La llamada “niebla cerebral” —una disfunción cognitiva común— se manifiesta como problemas de concentración, pérdida de memoria a corto plazo, lentitud mental y dificultad para expresarse. También pueden presentarse dolores musculares y articulares sin inflamación, dolores de cabeza inusuales, dolor de garganta recurrente y ganglios linfáticos sensibles en cuello o axilas.

El diagnóstico del SFC es complejo, ya que no existe una prueba específica para confirmarlo. Se realiza descartando otras enfermedades con síntomas similares y siguiendo criterios establecidos por organismos como los CDC o el Instituto de Medicina (IOM), que requieren la presencia de fatiga prolongada junto con otros síntomas durante más de seis meses.

Las causas del SFC no están completamente claras, pero se considera multifactorial. Entre los posibles desencadenantes se incluyen infecciones virales (como el virus de Epstein-Barr, el herpesvirus humano 6 o el SARS-CoV-2 en casos de “COVID prolongado”), infecciones bacterianas, alteraciones inmunológicas, desequilibrios hormonales, estrés físico o emocional intenso y cierta predisposición genética. Con frecuencia, la enfermedad comienza tras una infección o evento estresante.

El impacto del SFC es profundo y puede provocar incapacidad laboral, aislamiento social y pérdida de autonomía. En los casos más severos, incluso las actividades básicas de autocuidado resultan difíciles.

Aunque no existe una cura definitiva, el tratamiento busca aliviar los síntomas y mejorar la calidad de vida mediante un abordaje integral. Esto puede incluir terapia cognitivo-conductual, manejo del sueño, técnicas de “pacing” o gestión de energía, fisioterapia leve y medicación para controlar el dolor o los trastornos del sueño.

La clave para sobrellevar esta enfermedad radica en la paciencia, el acompañamiento médico y un plan terapéutico personalizado, que permita a cada paciente adaptarse a sus límites y mantener la mejor calidad de vida posible.

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