Crítica: “Cacería de brujas” un desacertado acercamiento a la cultura de la cancelación

La película sigue a Alma (Julia Roberts), profesora universitaria de filosofía, cuya vida se complica cuando su colega y amigo cercano, Hank (Andrew Garfield), es acusado de agresión sexual por Maggie (Ayo Edebiri), una de sus alumnas más cercanas. Esto desata una red de secretos y acusaciones que amenazan tanto la carrera como la reputación de Alma.
Guadagnino demuestra un dominio técnico notable: el score de Trent Reznor y Atticus Ross combina elementos de terror con melodías elegantes, transmitiendo el miedo interno de Alma, mientras que la fotografía de Malik Hassan Sayeed, con primerísimos planos y tomas subjetivas, busca involucrar al espectador directamente en la historia.
No obstante, todos estos aciertos técnicos se ven opacados por la falta de sustancia del guion. Aunque Guadagnino se centra en las complejidades morales y las reacciones de los personajes más que en la acción, ninguno de los protagonistas resulta lo suficientemente profundo como para mantener la atención o generar suspenso.
A diferencia de sus trabajos anteriores, donde personajes complejos y moralmente ambiguos (como en Call Me By Your Name, I Am Love, Suspiria o Challengers) se desenvolvían en circunstancias que reforzaban la narrativa, aquí los personajes parecen unidimensionales. Por ejemplo, Maggie se construye más por lo que otros dicen de ella que por sus acciones: su denuncia a Hank se presenta a través de un artículo, sus intentos de manipulación se muestran fuera de cuadro, y solo se percibe su imitación del vestuario de Alma cuando esta lo señala. Esto genera una visión desequilibrada, donde la película intenta involucrar al espectador en la duda sobre su culpabilidad sin darle herramientas suficientes para formar su propio juicio.
Otros elementos de la historia también fallan. Un extenso discurso de Alma sobre etiquetas y progresismo performativo carece de relevancia dramática y se siente forzado, a diferencia de Tár, donde discursos similares tienen consecuencias directas sobre la protagonista.
El elenco, sin embargo, cumple con creces: Roberts, Garfield y Edebiri aportan carisma y antipatía, respectivamente. Destaca especialmente Michael Stuhlbarg, quien interpreta al esposo de Alma, dotando de profundidad y humor sutil a su relación, mostrando más con gestos que muchas de las escenas principales de los protagonistas.
Un defecto adicional es la falta de sensorialidad, característica de Guadagnino en otras películas. Escenas que deberían generar tensión o atracción, como los close-ups o la música con tintes de brujería, carecen de impacto, y el conflicto se ve reforzado artificialmente por elementos externos al núcleo dramático.
En resumen, Cacería de brujas resulta un thriller fallido, donde la técnica y el talento actoral no logran compensar un guion y una dirección que no mantienen al espectador atrapado. Aunque aborda dilemas morales y sociales interesantes, la película no permite que la audiencia explore por sí misma los matices de los personajes ni construya su propia brújula moral, convirtiendo la experiencia en distante y poco satisfactoria.
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