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Debemos de dar gracias a dios por vivir en un lugar de paz

Isaac Ruiz y su esposa comparten su viaje a Israel y reflexionan sobre la paz y libertad que disfrutamos lejos de los conflictos bélicos.

Guerra
José Gaytán
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Issac Ruiz y su esposa narran lo vivido en su viaje Israel que deja como enseñanza valorar donde vivimos libre de guerra.   

Aunque el conflicto armado entre Irán e Israel se desarrolle a miles de kilómetros de distancia, en una realidad geográfica y cultural muy distinta a la mexicana, no debe pasarnos desapercibido. Las guerras, independientemente de dónde ocurran, son una profunda llamada de atención sobre el valor de la paz, la libertad y la estabilidad que muchas veces damos por sentadas en nuestro propio entorno.

Para Isaac Ruiz y su esposa, quienes tuvieron la experiencia de vivir de cerca este conflicto en territorio iraní, el recuerdo no solo es reciente, sino también transformador. Haber estado expuestos a una situación bélica tan compleja les cambió por completo la percepción del mundo y del país que ahora consideran hogar. “México es un país pacifista”, afirman con convicción. Es un lugar donde, pese a los desafíos sociales y económicos, existe aún un espacio de libertad para caminar por la calle sin el temor constante de un bombardeo, para expresarse sin censura extrema y, sobre todo, para vivir sin la amenaza diaria de perderlo todo en cuestión de segundos.

Uno de los aspectos que más los impactó fue el sentido de “normalidad” con el que los habitantes de zonas como Teherán o Haifa enfrentan las amenazas. En esas latitudes, los ciudadanos han aprendido a vivir con la idea de que en cualquier momento puede sonar una alarma que los obligue a buscar refugio en búnkers subterráneos, mientras los misiles cruzan los cielos. Lo que para nosotros sería una escena de una película de guerra, para ellos es un protocolo de vida. Esta dureza cotidiana se convierte en una herida emocional constante, una presión que desgasta a las personas, a las familias y a las comunidades enteras.

Según el testimonio del matrimonio, escuchar en vivo las alertas de ataques, sentir la vibración de las explosiones, ver el cierre abrupto de escuelas o edificios públicos, todo eso se convierte en una rutina deshumanizante. Se pierde el sueño, se pierde la confianza, y poco a poco, incluso el silencio deja de ser un consuelo, porque en tiempos de guerra, la calma muchas veces es la antesala del caos. Es en medio de esa incertidumbre donde se vuelve evidente la importancia de vivir en un país sin conflictos armados, donde el miedo no dicte las decisiones diarias ni determine el futuro de los hijos.

Ellos comparten que una de las experiencias más fuertes fue escuchar a niños y jóvenes hablar sobre la guerra como si se tratara de algo inevitable. El hecho de que nuevas generaciones crezcan viendo los bunkers como parte de la arquitectura urbana y aprendan desde pequeños a identificar el sonido de distintos tipos de misiles o drones, es, sin duda, uno de los aspectos más desgarradores de la guerra moderna. No se trata solo de cifras de muertos o de daños materiales, sino de la destrucción silenciosa de la inocencia, de la normalización del dolor.

Desde su regreso a México, Isaac y su esposa han repetido constantemente una reflexión: vivimos en un país con fallas, pero también con bendiciones invisibles. Aquí, la mayor parte de la población jamás ha tenido que esconderse de una guerra. Aquí, pese a los problemas, el sonido más común en las mañanas sigue siendo el de un despertador, y no el de una sirena de emergencia. No hay que esperar a vivir una guerra para valorar la paz.

Este tipo de testimonios nos recuerda que el agradecimiento no debería surgir solo en fechas patrias o en celebraciones nacionales. Debería ser parte de nuestra rutina diaria, al reconocer que el suelo que pisamos, por imperfecto que sea, nos permite desarrollarnos en libertad. La paz no es simplemente la ausencia de guerra, es la presencia de condiciones que nos permitan vivir con dignidad, sin miedo y con la posibilidad de construir futuro.

Los conflictos en Medio Oriente —como el que actualmente protagonizan Irán e Israel— son profundamente complejos, con raíces históricas, ideológicas y territoriales que escapan a explicaciones simples. Pero si algo pueden enseñarnos es a no caer en la indiferencia. No porque no se desarrollen en nuestro entorno inmediato dejan de ser tragedias humanas. Y no porque nosotros no vivamos ese dolor directamente, estamos exentos de aprender de él.

Valorar la paz implica también defenderla. Significa actuar con responsabilidad, ser críticos con nuestro entorno pero también conscientes de lo que tenemos. Significa no alimentar discursos de odio, ni desde la política, ni desde la vida cotidiana. Y, sobre todo, significa abrir espacios para la empatía, para la solidaridad con quienes sí viven bajo el fuego cruzado.

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