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Denuncian falta de alumbrado sobre la 16 de Septiembre

El tramo que va de Periodistas Anáhuac se encuentra con falta de iluminación siendo una de las avenidas principales de la ciudad

Denuncian falta de alumbrado sobre la 16 de Septiembre: El tramo que va de Periodistas Anáhuac se encuentra con falta de iluminación siendo una de las avenidas principales de la ciudad
José Gaytán
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En plena efervescencia de las celebraciones patrias y con un constante flujo vehicular y peatonal, la avenida 16 de Septiembre, una de las más importantes y transitadas de la ciudad, permanece en penumbras en su tramo comprendido entre las calles Periodistas y Anáhuac, generando un entorno riesgoso, inseguro y que pone en evidencia una problemática urbana más profunda: la crónica indiferencia hacia el mantenimiento básico de la infraestructura pública.

Esta arteria, vital para la movilidad urbana y que conecta zonas clave de la ciudad, carece de alumbrado público funcional, situación que no solo dificulta el tránsito vehicular por la baja visibilidad, sino que también aumenta la sensación de inseguridad para los peatones y residentes. La oscuridad se apodera del entorno apenas cae la noche, volviendo el trayecto incierto, incómodo y peligroso.

Lo preocupante no es únicamente la falta de luz, sino el simbolismo que conlleva: una avenida central, a unos metros de la Macro Plaza, sede de los principales eventos cívicos del mes de septiembre, se encuentra parcialmente abandonada. Esta contradicción entre el discurso del orgullo patrio y la realidad del espacio público pone en entredicho las prioridades urbanas y la atención a los detalles que marcan la diferencia entre una ciudad funcional y una ciudad indiferente.

El abandono como norma

La falta de alumbrado en esta zona no puede explicarse únicamente como una falla técnica. Tampoco puede reducirse a un incidente aislado. Es, en cambio, parte de una cadena de omisiones cotidianas que se naturalizan en el paisaje urbano: banquetas rotas, semáforos intermitentes, baches sin reparar, cableado expuesto. El alumbrado es apenas uno más de los síntomas visibles de un sistema que no prioriza el bienestar cotidiano de sus habitantes.

Una ciudad no se define únicamente por sus monumentos o sus festivales, sino por la calidad de vida que ofrece en los trayectos comunes y corrientes. Cuando una avenida principal como la 16 de Septiembre no cuenta con iluminación adecuada, se envía un mensaje implícito pero contundente: el mantenimiento urbano puede esperar, la seguridad ciudadana puede esperar, la dignidad del espacio público puede esperar.

Un riesgo que se multiplica

La falta de alumbrado no es un detalle menor. Es un factor de riesgo real. En primer lugar, para los automovilistas, que deben desplazarse con mayor precaución, ante el peligro de no distinguir a tiempo a peatones, ciclistas, objetos en la vía o incluso baches. La oscuridad reduce los reflejos y la capacidad de reacción, aumentando las probabilidades de accidentes.

Pero también afecta seriamente a quienes caminan por la zona, especialmente durante las noches. Estudiantes que regresan a casa, trabajadores que se desplazan tras su jornada, adultos mayores que transitan por la banqueta: todos ellos ven limitado su derecho a moverse con tranquilidad. La falta de iluminación es también una forma de exclusión, pues restringe el uso del espacio a quienes pueden evitarlo, mientras obliga a los demás a adaptarse al descuido.

A esto se suma el hecho de que el tramo afectado se encuentra muy cerca de la Macro Plaza, un espacio que por estas fechas se convierte en punto de encuentro para miles de personas que acuden a los eventos culturales, conciertos, ferias y festejos patrios. Irónicamente, mientras se celebran los valores de unidad, libertad y ciudadanía, las condiciones reales de las calles aledañas revelan un entorno contradictorio: festejos bajo reflectores y calles oscuras a pocos metros de distancia.

La costumbre de improvisar

Lo más preocupante es que esta situación no causa ya sorpresa entre la mayoría de los ciudadanos. Se ha instalado una normalización del deterioro urbano, donde fallas como esta se ven como parte del paisaje. “Siempre ha estado así” o “algún día lo compondrán” son frases que resumen el desencanto cívico que surge cuando la ineficiencia se vuelve rutina.

La ausencia de alumbrado en una vía tan transitada refleja un modelo de gestión donde lo urgente desplaza a lo importante, donde la intervención suele llegar sólo cuando la presión social se acumula o cuando el problema rebasa el límite de lo tolerable. Pero una ciudad no puede ni debe construirse desde la improvisación, mucho menos desde la inercia del abandono.

Iluminar la ciudad es iluminar la vida

Más allá de los aspectos técnicos y administrativos, la iluminación pública tiene una profunda dimensión social y simbólica. Una ciudad bien iluminada es una ciudad que cuida, que protege, que acoge. La luz en las calles no solo permite ver, también brinda confianza, disuade el delito, invita a recorrer los espacios con libertad y favorece la convivencia comunitaria.

En cambio, las sombras generan incertidumbre, temor y aislamiento. Y cuando esa oscuridad afecta a calles principales, se proyecta como un síntoma de una ciudad que pierde conexión con las necesidades más básicas de su gente.

El patriotismo no debería limitarse a los días festivos ni a los discursos oficiales. Se construye y se demuestra todos los días, en los servicios que se prestan con dignidad, en la seguridad que se garantiza a todas horas, y en la atención constante a la infraestructura que sostiene la vida urbana.

Una ciudad verdaderamente patriótica no solo decora sus plazas principales una vez al año, sino que ilumina sus calles todos los días, porque entiende que el respeto a la ciudadanía se expresa también en los pequeños detalles: en la luz que guía, en la calle que cuida, en el entorno que acoge.

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