Denuncian hundimiento en calle del Mundo Nuevo
La problemática se encuentra sobre la calle Maclovio Herrera antes de llegar a Padre de las Casas

La infraestructura urbana es un reflejo de las prioridades de una ciudad. Cuando las calles comienzan a ceder, cuando el pavimento colapsa y los hundimientos aparecen sin previo aviso, no solo se afecta el flujo vehicular, sino que se revela una problemática más profunda: el deterioro progresivo de los espacios públicos y la falta de planificación en el mantenimiento de las vialidades. Tal es el caso del hundimiento reportado recientemente en la calle Maclovio Herrera, a escasos metros de llegar a la intersección con Padres de las Casas, en el tradicional sector del Mundo Nuevo.
En esta zona, reconocida por su densidad habitacional y por el constante tránsito tanto de vehículos como de peatones, ha comenzado a formarse un hundimiento visible sobre el asfalto. La deformación del terreno ha obligado a algunos conductores a maniobrar con cautela, mientras que otros apenas logran percibir el peligro cuando están a punto de cruzarlo. En un intento improvisado de advertencia, han sido colocados dos conos de tráfico en medio de la vía para alertar a quienes transitan, sin que esto represente una solución real ni una contención efectiva.
El fenómeno no es nuevo ni aislado. La aparición de hundimientos en zonas urbanas es una constante en muchas ciudades del país, y Piedras Negras no es la excepción. Estos incidentes, lejos de ser producto del azar, responden a una combinación de factores que incluyen el envejecimiento de las redes subterráneas, la falta de mantenimiento preventivo, la mala calidad de los materiales empleados en obras públicas y, en no pocas ocasiones, la nula supervisión técnica durante la ejecución de proyectos.
El caso particular de la calle Maclovio Herrera debe encender las alarmas. No solo por el riesgo latente que representa para quienes circulan por el sitio, sino por el mensaje que envía a la ciudadanía: una ciudad donde las vialidades se desmoronan es una ciudad que no se cuida. Más preocupante aún es que este hundimiento ocurre en un sector con alta circulación, próximo a comercios, viviendas y rutas escolares, lo que multiplica la posibilidad de que un percance mayor ocurra en cualquier momento.
El asfalto hundido no es simplemente una imperfección en la superficie; es el síntoma de un problema estructural subyacente. El debilitamiento del subsuelo, posiblemente derivado de fugas de agua no detectadas, erosión natural o acumulación de humedad bajo el pavimento, puede ocasionar colapsos más graves si no se atienden con prontitud. Pero más allá del análisis técnico, lo que se pone en evidencia es el descuido con el que se trata a ciertas zonas de la ciudad, especialmente aquellas que, aunque históricas y populares, no suelen figurar en las prioridades del discurso público.
La infraestructura vial debería estar pensada para resistir el paso del tiempo, las condiciones climáticas y el uso constante. Sin embargo, cuando la inversión en mantenimiento es vista como un gasto y no como una necesidad, se cae en una peligrosa dinámica donde lo urgente sustituye a lo importante, y los parches reemplazan a las soluciones de fondo. Lo que hoy es un cono naranja mal colocado mañana podría ser una tragedia vehicular o una afectación directa a una vivienda o a un transeúnte.
El hundimiento en Mundo Nuevo también es un reflejo de la desigualdad en la planeación urbana. Hay zonas donde el pavimento luce nuevo, donde las banquetas están renovadas y el alumbrado es moderno. Mientras tanto, sectores con una larga historia y una fuerte identidad comunitaria padecen los estragos del abandono, como si se tratara de espacios de segunda categoría. Esta división silenciosa, pero evidente, va minando la confianza de la ciudadanía en sus instituciones y en la promesa de una ciudad para todos.
Otro aspecto preocupante es la improvisación con la que muchas veces se pretende mitigar el peligro. La colocación de objetos caseros, conos viejos o incluso ramas como advertencia, lejos de garantizar la seguridad, se convierte en una forma de asumir colectivamente que las soluciones no vendrán pronto, o que simplemente nadie se hará cargo. Es la ciudadanía adaptándose al deterioro, normalizando el riesgo y resignándose a esquivar baches y hundimientos como parte del paisaje urbano cotidiano.
El llamado, entonces, no es solamente a remediar un hundimiento específico, sino a replantear la manera en que se gestiona el espacio público. Es indispensable contar con sistemas de monitoreo que detecten anomalías en tiempo real, con brigadas que realicen revisiones periódicas y con procesos transparentes que permitan saber cuánto se invierte, en qué se gasta y con qué resultados. Una ciudad que no puede garantizar la integridad de sus calles tampoco puede hablar de desarrollo urbano con seriedad.
Además, la cultura ciudadana debe ir de la mano de una infraestructura funcional. No se puede exigir respeto a las normas de tránsito cuando las condiciones de las calles obligan a desviar rutas, invadir carriles o sortear obstáculos peligrosos. La movilidad segura no es posible sin un entorno vial digno y bien mantenido.
La calle Maclovio Herrera es apenas una muestra de lo que ocurre cuando se postergan las decisiones importantes. Es necesario que los espacios urbanos reflejen no solo una intención estética, sino una funcionalidad pensada en el bienestar y la seguridad. No se trata de embellecer la ciudad con adornos temporales mientras las bases ceden bajo los neumáticos, sino de construir una urbe sólida desde sus cimientos.
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