Drenaje colapsado perjudica a la zona centro
El derrame de aguas residuales abarca varios metros sobre la calle Aldama hasta llegar a Morelos

En pleno corazón de la ciudad, donde convergen calles históricas y se entrelazan las dinámicas cotidianas de vecinos, comerciantes y visitantes, un problema ha comenzado a tomar protagonismo no por su magnitud visual, sino por su persistente e incómoda presencia: un drenaje colapsado sobre la calle Aldama, entre las arterias Zaragoza y Morelos, se ha convertido en un foco de insalubridad que parece formar parte ya del paisaje urbano, sin que se vislumbre una solución inmediata.
Lo que comenzó como una pequeña fuga se ha transformado con el paso de los días en un flujo constante de aguas residuales que corren libremente por el pavimento. El derrame se origina frente a una vivienda aparentemente abandonada, y ha comenzado a extenderse por varios metros, cubriendo banquetas, entrando en contacto con negocios cercanos y afectando la circulación tanto de peatones como de vehículos. Sin duda, es una imagen que contrasta radicalmente con el discurso de modernización y orden que se pretende proyectar desde ciertos sectores institucionales.
Más allá del simple derrame, el problema ha desencadenado una serie de consecuencias que no deben subestimarse. El agua negra estancada se convierte rápidamente en crisol para la reproducción de mosquitos y otros vectores, especialmente en una temporada climática que favorece la proliferación de enfermedades como el dengue o infecciones gastrointestinales. El olor que emana de las alcantarillas abiertas impregna el ambiente, haciendo imposible el tránsito sin cubrirse el rostro o contener la respiración. Esta situación, claramente evitable, ha comenzado a deteriorar la calidad de vida de quienes habitan o trabajan en la zona.
Y es que el centro histórico, por más valor cultural y económico que represente, no está exento del abandono estructural que padecen muchas otras áreas de la ciudad. La presencia de este tipo de afectaciones demuestra una desconexión evidente entre el discurso público y la realidad concreta de las calles. Hablar de turismo, de recuperación urbana, de movilidad o de embellecimiento del centro, mientras los drenajes colapsan sin atención oportuna, es simplemente una contradicción que resulta cada vez más difícil de ignorar.
Lo más alarmante del caso es que este tipo de situaciones no son aisladas, sino parte de un patrón que se repite en otras partes de la ciudad, especialmente en zonas donde la infraestructura hidráulica es obsoleta, está mal planificada o simplemente ha sido víctima del desinterés prolongado. La falta de mantenimiento han contribuido a que estos colapsos ocurran con frecuencia, afectando no solo al espacio urbano, sino a la dignidad de sus habitantes.
La vivienda frente a la cual se encuentra el drenaje colapsado parece abandonada desde hace tiempo, lo cual añade otra capa de complejidad al problema. Casas vacías en el centro son comunes; muchas están en ruinas, otras se han convertido en refugio de animales o, peor aún, en basureros improvisados. Su existencia sin uso, sin vigilancia y sin ningún tipo de gestión urbanística representa un riesgo para la comunidad y evidencia una falta de planeación que va más allá de los servicios públicos.
El centro debería ser un reflejo de la ciudad que se quiere construir. Debería ofrecer calles limpias, espacios funcionales y entornos dignos para caminar, vivir y convivir. Pero mientras las aguas residuales recorran libremente sus banquetas, mientras los malos olores dominen el ambiente, mientras los insectos pululen sobre charcos infectos, será difícil hablar de progreso real o de bienestar ciudadano.
Lo más preocupante no es solo la existencia del drenaje colapsado, sino la normalización de este tipo de fallas urbanas. El hecho de que una calle central pueda permanecer en estas condiciones por días o semanas sin generar una reacción efectiva es, en sí mismo, un síntoma de una ciudad que ha aprendido a convivir con la decadencia, que ha dejado de indignarse frente al deterioro, que ha perdido la capacidad de exigir respuestas con fuerza y constancia.
Los problemas de infraestructura, como los drenajes colapsados, no son accidentes inevitables: son el resultado directo de políticas públicas insuficientes, de presupuestos mal dirigidos, de prioridades desalineadas con las necesidades reales de la ciudadanía. Reparar una fuga no es solo una cuestión técnica, es una señal de respeto al espacio público, una forma tangible de atender lo que verdaderamente importa.
Por ahora, la calle Aldama seguirá cubierta por esa capa oscura de aguas residuales que no solo manchan el pavimento, sino también el ideal de una ciudad funcional y ordenada. Mientras tanto, los vecinos seguirán conviviendo con los malos olores, los comerciantes con la incomodidad de sus clientes, y los visitantes con una imagen que difícilmente podrán olvidar.
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