En el corazón de Monclova aún laten los talleres de zapatería
Descubre cómo los talleres de zapatería en Monclova resisten el paso del tiempo, preservando historias y tradiciones en cada par de zapatos reparados.

Antes, un zapatero recibía hasta 40 pares de zapatos ortopédicos durante la temporada de regreso a clases; hoy apenas llegan 3 o máximo 4.
En el corazón de Monclova sobrevive un oficio que pareciera condenado a la extinción: el del zapatero. Entre el bullicio de la zona centro, cuatro pequeños talleres se mantienen abiertos, ofreciendo reparaciones de zapatos, bolsas, cinturones, carteras y artículos de piel. Detrás de cada par de suelas restauradas se esconde una historia.

En la actualidad, solo 4 negocios dedicados a la reparación de calzado permanecen activos en la zona centro de la ciudad. Entre ellos destaca el de Jesús Hernández Gaytán, quien ha dedicado 54 años de su vida al oficio en su taller “Reparación de Calzado El Perico”, ubicado en el local número 7 de la calle Miguel Blanco, esquina con Guerrero. En comparación con décadas pasadas, el zapatero reconoce que la demanda de trabajo ha caído drásticamente: antes recibía hasta 40 pares de zapatos ortopédicos durante la temporada de regreso a clases; hoy apenas llegan 3 o 4.
Un oficio con medio siglo de historias. Jesús Hernández inició en el oficio siendo un adolescente y desde entonces no ha soltado las herramientas que lo acompañan cada día: martillo, clavos, puntillas y cuero. Su taller se distingue no solo por el olor característico del pegamento y la piel, sino también por las anécdotas de clientes que han pasado por ahí generación tras generación. Explica que, aunque en los últimos años el trabajo se ha reducido, continúa firme al frente de su negocio con el apoyo de sus sobrinos, quienes se suman a las reparaciones.
La competencia de lo desechable

El zapatero recuerda que uno de los momentos más difíciles para su oficio fue la llegada de los mercados informales, conocidos popularmente como “las pulgas”. La facilidad de adquirir zapatos baratos hizo que muchas personas dejaran de reparar su calzado. “La gente prefería comprar en lugar de arreglar”, comparte con un gesto resignado. Sin embargo, en la actualidad, la calidad de esos productos es tan baja que muchos clientes terminan regresando a su taller para darles una segunda vida a sus zapatos.
Los días de trabajo intenso quedaron atrás

En épocas pasadas, especialmente durante el regreso a clases, los talleres de zapatería vivían jornadas maratónicas. Jesús recuerda con claridad aquellas semanas en las que recibía decenas de pares de zapatos ortopédicos que necesitaban ajustes o reparaciones. Hoy esas cifras se redujo drásticamente.
Precios modestos en un oficio artesanal

Las reparaciones básicas continúan siendo accesibles. Colocar tapas a unas botas de mujer cuesta alrededor de 70 pesos, mientras que en zapatos de hombre el precio asciende a 130 pesos, dependiendo del desgaste y el material. Para Jesús, lo más importante es ofrecer un trabajo de calidad que garantice que el cliente pueda seguir utilizando su calzado por varios años más.
El arte de restaurar lo irreparable

Más allá de los arreglos simples, en su taller se realizan trabajos complejos que requieren paciencia y experiencia. Los clientes suelen llevar zapatos con la piel completamente dañada o despintada, a los que se les coloca una nueva pieza de cuero o se someten a un proceso de pintura especial. “No cualquiera logra que un zapato quede como nuevo”, comenta mientras muestra un par que pronto recibirá una restauración total. Con estos trabajos siente que rescata algo que parecía destinado a la basura.
En la zona centro, los talleres de zapatería que permanecen abiertos son contados, y la mayoría de sus dueños tienen más de 50 años ejerciendo el oficio.
Más que un negocio, un patrimonio cultural. El zapatero no solo repara calzado: conserva una parte de la identidad de Monclova. Su taller ha visto pasar clientes de todo tipo, desde quienes llevan unas botas de trabajo hasta quienes llegan con zapatos finos o bolsos de piel.
Jesús mantiene la esperanza de que el zapatero nunca desaparezca del todo. Cree que siempre habrá alguien que valore el trabajo artesanal y que decida darle una nueva vida a su calzado. Su taller, “El Perico”, es testimonio de que la tradición puede resistir medio siglo y seguir.
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