En mal estado calles de la colonia Burócratas:
La calle Salvador Chavarría presenta daños graves con baches que perjudican la circulación

En una ciudad que presume de su desarrollo y vocación médica, resulta contradictorio que una de sus principales vialidades de acceso a servicios de salud se encuentre en estado deplorable. La calle Salvador Chavarría, ubicada en la colonia Burócratas, representa un ejemplo claro del abandono urbano normalizado. Una vía que, lejos de facilitar la movilidad y el acceso eficiente a una de las clínicas más concurridas de la localidad, se ha convertido en un obstáculo constante para quienes transitan a diario, ya sea en vehículo o a pie.
Los baches de gran tamaño que han tomado el control del pavimento no solo ralentizan el tránsito vehicular, sino que generan un alto riesgo para la seguridad vial. Vehículos que deben frenar repentinamente, desviarse bruscamente o transitar en zigzag, son escenas cotidianas que ilustran un panorama de infraestructura decadente, completamente alejado del ideal de una ciudad moderna, segura y funcional.
La situación es aún más grave si se considera que esta vía conduce directamente a una clínica que atiende a cientos de personas diariamente. No se trata de una calle secundaria o sin relevancia: es una arteria clave para el sector salud, lo que la convierte en un punto neurálgico dentro del sistema urbano. Su deterioro, por tanto, no afecta únicamente la comodidad del tránsito, sino que tiene repercusiones directas en el acceso a servicios médicos esenciales.
Este tipo de condiciones no son nuevas, ni exclusivas de esta calle. Son parte de una problemática urbana crónica que afecta a múltiples sectores de la ciudad y que parece formar parte ya del paisaje. Baches que no son atendidos, pavimento que cede con cada lluvia, zanjas que se llenan de agua y se convierten en criaderos de mosquitos, banquetas intransitables: todo ello configura una fisonomía urbana de desgaste y omisión, donde el deterioro físico refleja el deterioro institucional.
Lo más preocupante es que este tipo de fallas se han normalizado. La ciudadanía ha aprendido a convivir con ellas, adaptando sus rutinas, sus trayectos y hasta sus expectativas. El hecho de que una vía tan importante pueda permanecer en tan malas condiciones por semanas o incluso meses, sin que exista una respuesta visible, refleja una ciudad que ha perdido capacidad de reacción, una estructura urbana que resiste a pesar de la falta de atención, no gracias a ella.
Además del impacto local, el problema adquiere una dimensión adicional: afecta directamente al turismo médico, una de las principales fuentes de ingresos y desarrollo en Piedras Negras. La ciudad se ha posicionado como un destino para pacientes provenientes del extranjero, quienes acuden en busca de atención odontológica, estética o médica general. Y sin embargo, al llegar, se encuentran con calles en ruinas, baches que dañan sus vehículos, rutas sin señalización adecuada y una experiencia urbana alejada de los estándares que se esperan en un polo médico confiable.
La primera impresión de una ciudad es su infraestructura básica. No basta con tener clínicas modernas o personal capacitado si el acceso a estos servicios es complicado, peligroso o francamente desagradable. La infraestructura vial es parte de la experiencia médica que se oferta, y al descuidarla, no solo se menoscaba la imagen de la ciudad, sino que se pone en riesgo su competitividad frente a otros destinos que también ofrecen servicios similares.
El caso de la calle Salvador Chavarría es, por tanto, una muestra concreta de cómo el deterioro urbano trasciende lo físico. Tiene implicaciones económicas, sociales y simbólicas. Un bache no es solo una irregularidad en el asfalto; es un símbolo de indiferencia, una señal de que lo cotidiano ha dejado de importar, de que los entornos que deberían facilitar la vida la obstaculizan.
Y mientras se acumulan los reportes, mientras los vecinos esquivan los pozos, mientras los pacientes llegan tarde o los vehículos sufren daños, la ciudad sigue avanzando con un modelo que prioriza el discurso antes que la acción, que se enorgullece de logros sin resolver los pendientes más básicos. Porque al final, el desarrollo no se mide únicamente en anuncios o proyectos; se mide en calles transitables, en servicios eficientes, en entornos dignos.
El problema de la calle Salvador Chavarría no es simplemente un detalle técnico. Es un síntoma profundo de las fallas de planificación y gestión urbana, de la desconexión entre quienes toman decisiones y quienes viven las consecuencias. Es una alerta sobre lo que ocurre cuando la infraestructura es vista como gasto y no como inversión, cuando se pospone el mantenimiento hasta que la reparación se vuelve costosa o ineficaz.
Y en ese sentido, la crítica social es necesaria. Porque no se trata de un capricho ciudadano ni de una exageración: se trata de defender la calidad de vida urbana, de exigir lo mínimo indispensable para vivir en una ciudad que funcione. Calles seguras, transitables, limpias y accesibles no deberían ser un lujo, sino una condición básica para el desarrollo.
La calle Salvador Chavarría debería ser un punto de acceso eficiente, no un campo minado de baches. Debería facilitar la movilidad, no obstaculizarla. Debería estar a la altura del prestigio médico que presume la ciudad, no en contradicción con él.
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