Entrevista a Lucía Esquivel Álvarez

“Las cicatrices no son debilidades, son recordatorios de la fuerza que llevas dentro.”
En el marco del mes dedicado a la sensibilización sobre el cáncer de mama, conversamos con Lucía Esquivel, una mujer que hace más de dos décadas enfrentó esta enfermedad en circunstancias muy distintas a las actuales. Sin recursos, sin tecnología avanzada y sin el respaldo de programas de apoyo que hoy existen, logró salir adelante con determinación, fe y una profunda aceptación de sí misma.
A continuación, su testimonio, contado con serenidad y la sabiduría que solo dejan las batallas ganadas.
Lucía, ¿cómo empezó todo? ¿Cuándo supo que algo no estaba bien?
"Fue en 1999, yo tenía 37 años. Recuerdo que me estaba bañando y sentí una bolita en el seno izquierdo. Al principio no le di mucha importancia, pensé que podía ser algo pasajero. Pero con el tiempo empezó a doler y decidí ir al médico. En ese entonces, en Piedras Negras no había oncólogos ni equipos especializados. Me mandaron a hacer estudios a Monterrey, y ahí fue donde me dieron la noticia: cáncer de mama".
¿Cómo fue recibir ese diagnóstico en una época donde casi no se hablaba del tema?
"Fue devastador. En ese tiempo el cáncer era casi una sentencia. No había campañas de prevención ni apoyo psicológico. Me sentí sola, confundida y asustada. Mi familia fue mi sostén, pero ellos también estaban perdidos. El doctor me explicó que debía empezar quimioterapia de inmediato, pero eso significaba viajar constantemente a Monterrey. Eran seis horas de camino, sin dinero y con el miedo de no saber si podría pagar el siguiente viaje".
¿Qué fue lo más difícil de ese proceso?
"Todo fue difícil. Desde conseguir el dinero hasta soportar los efectos del tratamiento. Las quimioterapias me dejaban sin fuerzas, se me cayó el cabello, bajé mucho de peso y tuve que dejar mi trabajo. Pero creo que lo más duro fue perder un seno. Me practicaron una mastectomía completa. En aquel tiempo no existían los programas de reconstrucción ni las asociaciones que hoy apoyan a las mujeres con prótesis o cirugías reconstructivas".
¿Tuvo oportunidad después de realizarse una reconstrucción?
"No, nunca. No había manera. Ni los recursos ni la información. Me ofrecieron hacerlo muchos años después, pero ya no quise. Al principio fue muy difícil verme al espejo, sentirme incompleta. Pero con el tiempo comprendí que seguir viva era mucho más importante que cualquier parte del cuerpo. Aprendí a aceptarme así, sin pena, sin miedo, con una cicatriz que me recuerda lo fuerte que puedo ser.”
¿Cuánto tiempo duró su tratamiento y en qué momento sintió que había superado la enfermedad?
"El tratamiento duró casi cuatro años, de 1999 a 2003. Fueron varias cirugías menores, quimioterapias y radiaciones. Hubo momentos en los que pensé que no lo lograría, sobre todo cuando los médicos decían que las probabilidades no eran muchas. Pero cada vez que veía a mis hijos, encontraba una razón más para seguir. Después de esos años, los estudios comenzaron a salir limpios. Ese día lloré como nunca. No por tristeza, sino por alivio".
¿Cómo cambió su vida después de haber vencido el cáncer?
"Cambió completamente. Aprendí a valorar las cosas pequeñas: levantarme, respirar, caminar, comer con mi familia. Antes vivía con prisa, ahora disfruto cada minuto. También entendí la importancia de la salud emocional. El cáncer no solo afecta el cuerpo, también el alma. Y si no sanas por dentro, es difícil salir adelante".
Hoy en día existen campañas, asociaciones y tratamientos más accesibles. ¿Qué piensa cuando ve esos avances?
"Me da mucho gusto. Me hubiera encantado tener ese apoyo cuando yo lo necesité. En aquel entonces, no había psicólogos, ni grupos de acompañamiento, ni transportes especiales para pacientes. Todo se hacía con esfuerzo propio. Ahora veo a muchas mujeres que no enfrentan el proceso solas, y eso me llena de esperanza. Creo que los tiempos cambian para bien".
¿Qué le diría a una mujer que acaba de recibir un diagnóstico de cáncer de mama?
"Le diría que no está sola. Que no escuche todo lo que se dice allá afuera, porque el miedo puede ser más cruel que la enfermedad. El cáncer te cambia, sí, pero también te enseña a amarte más. A mí me quitó un seno, pero me dio una nueva forma de ver la vida. Me enseñó que la belleza no está en la forma, sino en la fuerza.”
¿Sigue vinculada a causas o grupos de apoyo para mujeres con cáncer?
"Sí. Desde hace algunos años colaboro como voluntaria en un grupo que apoya a mujeres recién diagnosticadas. Las visito, platico con ellas, las escucho. No soy médico, pero sé lo que se siente estar en su lugar. A veces una palabra sincera vale más que cualquier medicina".
¿Qué mensaje le gustaría dejar a la sociedad, especialmente en este mes rosa?
"Que no se olviden de que detrás del color y los moños hay historias reales, de dolor y de esperanza. Que las revisiones médicas no son un lujo, sino una necesidad. Y que el cáncer no debe ser un tema del mes de octubre, sino una conversación permanente. Si más mujeres se revisan a tiempo, habrá más Lucías contando su historia, no desde la tristeza, sino desde la vida".
Hoy, Lucía Esquivel tiene 62 años. Camina con una sonrisa tranquila, usa blusas sin miedo y habla de su pasado con una serenidad admirable. Su historia es un recordatorio de que la fortaleza no siempre se encuentra en los músculos ni en la apariencia, sino en el alma de quien decide seguir viviendo, incluso cuando la vida se pone a prueba.
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