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Entrevista con la Dra. Dulce Alejandra Fuentes Flores

Entrevista
Alberto Solís
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“Cada paciente es una historia, y como médicos no solo curamos, también escuchamos, acompañamos y transformamos con respeto.”

Estudié en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Fue un proceso exigente, pero muy enriquecedor. Entré a los 17 años, así que fue una experiencia que me hizo madurar muy rápido. Desde pequeña tenía muy claro que quería dedicarme a la medicina, y poder estudiar en una universidad tan reconocida fue una oportunidad que no tomé a la ligera. Durante esos años aprendí muchísimo, tanto en lo académico como en lo humano. La medicina te forma como profesional, pero también te transforma como persona. Te enseña a ser empática, a pensar rápido, a ser resiliente. Fueron años intensos, de desvelos, pero también de mucha pasión.

¿De dónde eres originaria? Soy originaria de Monclova, Coahuila. Ahí crecí y pasé mi infancia y adolescencia. Cursé la secundaria y la preparatoria en el Instituto Central Coahuila, mejor conocido como el ICC, que está ubicado por el Boulevard Pape. Fue una etapa muy bonita. Me gradué a los 17 años y desde entonces tenía muy claro que me iría a Monterrey a estudiar medicina. Me fui joven, pero con muchas ganas de salir adelante.

¿Dónde realizaste tu especialidad médica? La hice en Israel, un país con uno de los sistemas de salud más avanzados del mundo. Mi esposo, el Dr. Bebo Z. Cruz, y yo compartíamos el sueño de especializarnos en el extranjero. Después de terminar la carrera, nos casamos y nos fuimos juntos a Israel para iniciar nuestra residencia médica. Yo me especialicé en anestesiología y durante siete años viví una experiencia transformadora. No solo fue una formación médica rigurosa, sino también una experiencia de vida. Allá nació nuestra hija Bárbara, así que ese país tiene un valor muy especial para nosotros. Hicimos amigos que se convirtieron en familia, y además de crecer profesionalmente, crecimos como personas.

¿Qué te llevó a estudiar medicina estética? En Israel me llamó mucho la atención el enfoque estético que tenían, especialmente por la gran influencia de la comunidad rusa, donde el cuidado de la apariencia es muy valorado. Empecé a estudiar medicina estética en la Universidad de Tel Aviv y me fascinó. Hoy la practico con la misma pasión que la anestesiología. Disfruto cada procedimiento porque me permite ayudar a las personas a verse y sentirse mejor. Siempre digo que para mí es como jugar a las Barbies, no en el sentido superficial, sino en el arte de moldear con respeto, equilibrio y naturalidad.

¿Qué tratamientos realizas en medicina estética? Trabajo principalmente con toxina botulínica, comúnmente conocida como Botox, bioestimuladores de colágeno, rellenos faciales con ácido hialurónico, enzimas y otros tratamientos inyectables. Los pacientes buscan verse naturales, frescos, no transformados. También atiendo casos de parálisis facial donde, una vez superada la fase clínica, se puede trabajar en simetría facial para mejorar la autoestima del paciente. La medicina estética bien hecha debe ser sutil, armoniosa y respetuosa con los rasgos de cada persona.

¿Cómo equilibras la maternidad con tu carrera? No ha sido fácil, pero sí ha sido posible. Desde que mis hijos eran pequeños, estuvieron cerca de mí incluso en el hospital. Había días en que llevaba a mi hija en carriola al quirófano y una enfermera me ayudaba a cuidarla mientras yo trabajaba. Todo se puede lograr con apoyo, organización y mucho amor. Mis hijos están creciendo en este ambiente, lo viven con naturalidad. Caminan por los pasillos del hospital, visitan la cafetería, conocen los consultorios. Y aunque aún son pequeños, quizás el día de mañana encuentren inspiración aquí, como yo la encontré de niña en la clínica de mi abuelo médico.

¿Qué mensaje darías a los jóvenes que quieren estudiar medicina? Que lo hagan con el corazón. La medicina es una carrera de vocación. No es fácil, pero vale cada esfuerzo. Siempre recuerdo una frase que me encanta: “Donde se ama el arte de la medicina, se ama también a la humanidad”. Cada paciente es una historia, una misión. No se trata solo de saber, sino de escuchar. Muchas veces los médicos ven lo que “se podría mejorar”, pero es más importante entender qué desea realmente el paciente. Escuchar es tan importante como tratar.

¿Tienes algún pasatiempo? Sí, varios. Desde los ocho años toco el piano y he dado recitales de piano a beneficio del DIF en Monclova, me encanta la música clásica, especialmente Chopin, Mozart y Schubert. También disfruto nadar y recientemente empecé a jugar pádel, algo que me ha encantado porque es un momento de desconexión y ejercicio. Además, amo salir a caminar con mis hijos y nuestros perros. Durante esos paseos, sin pantallas ni distracciones, es cuando surgen las mejores conversaciones. Es tiempo de calidad, de conexión real.

 

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