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Espíritu Santo: fuerza que rompe cadenas y transforma vidas

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Edith Gámez/ El Tiempo Monclova
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El sacerdote recordó cómo, en las últimas semanas, fuertes ráfagas de viento sorprendieron a la ciudad, dejando consecuencias visibles: techos desprendidos, árboles caídos y cables derribados. Comparó esa fuerza natural con la irrupción del Espíritu Santo.

Durante la misa dominical en la Parroquia Santiago Apóstol, el padre Néstor Martínez reflexionó sobre la presencia del Espíritu Santo como una fuerza transformadora capaz de liberar al ser humano de aquello que lo limita y lo aleja de su esencia. A través de imágenes tomadas de la vida diaria, explicó cómo, al igual que un viento inesperado, la acción del Espíritu puede irrumpir con potencia en la vida personal y social, dejando frutos visibles a su paso.

El Espíritu llega como viento fuerte y deja señales profundas

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El sacerdote recordó cómo, en las últimas semanas, fuertes ráfagas de viento sorprendieron a la ciudad, dejando consecuencias visibles: techos desprendidos, árboles caídos y cables derribados. Comparó esa fuerza natural con la irrupción del Espíritu Santo, que actúa con intensidad para romper cadenas invisibles que atan al ser humano. Estas cadenas, dijo, pueden tener diversas formas: egoísmo, soberbia, envidia o miedo, que impiden el crecimiento espiritual y social. Tal como ocurrió con los discípulos en Pentecostés, los efectos del Espíritu se comprenden mejor después, cuando los cambios internos empiezan a reflejarse hacia fuera.

Frutos que se manifiestan cuando el Espíritu habita en el corazón

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El padre Néstor explicó que el Espíritu Santo deja huella a través de sus frutos, que emergen naturalmente cuando la persona se abre a su acción. El primero de ellos es el amor, que definió como la voluntad orientada al bien, una disposición del alma que nace del contacto con Dios, el bien supremo. Este amor no es abstracto, sino concreto, y se manifiesta tanto hacia Dios como hacia el prójimo. Amar a Dios implica también amar lo que Él ama: a cada ser humano.

La alegría y la paz: signos visibles del Espíritu

Junto al amor, el padre destacó otros frutos esenciales: la alegría y la paz. La alegría auténtica nace del encuentro con un bien deseado, y en la fe cristiana, ese bien es Dios mismo. Afirmó que esta alegría es el signo por excelencia de quien ha dejado que el Espíritu Santo actúe en su vida. Asimismo, la paz es un don profundo que no depende de las circunstancias, sino de la presencia de Dios en medio de la tormenta. Usando la imagen de una madre que encuentra calma al ver dormir a sus hijos, subrayó que esa sensación de tranquilidad interior solo se alcanza cuando se permite al Espíritu obrar y poner orden.

Buscar la presencia de Dios como fuente de libertad

La homilía concluyó con una invitación a pedirle al Espíritu Santo que actúe con esa fuerza capaz de derribar muros interiores, romper con estructuras de esclavitud, personales o sociales, y abrir paso a la libertad espiritual. Solo cuando el ser humano deja de poner barreras nacidas del egoísmo y se permite fluir con la gracia de Dios, es posible construir relaciones más sanas, justas y plenas.

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