La entrevista con Argentina Bueno Tokunaga

"Mientras no sea la muerte, todo se puede.”
Mi nombre es Argentina Bueno Tokunaga y nací el 30 de junio de 1956 en Nueva Rosita, Coahuila, donde he vivido toda mi vida. Solo me alejé por tres años, cuando fui a estudiar Secretaría Bilingüe en Saltillo, una experiencia que me abrió los ojos a nuevas posibilidades y me reafirmó que quería algo más que solo el rol tradicional de ama de casa. Siempre he sido muy inquieta, con muchas ganas de hacer algo diferente, de ir más allá.
Desde muy joven sentí una energía interna que me impulsaba a buscar algo propio, a construir un camino que fuera solo mío. A pesar de estar recién casada y con un hijo pequeño, comencé vendiendo ropa de cóctel desde casa. La moda siempre me llamó la atención, y vender ropa me permitía estar en contacto con algo que me apasionaba, mientras también cuidaba a mi familia. Pero no era suficiente. Sentía una necesidad profunda de sentirme realizada en lo personal, más allá del hogar, de la cocina y de las tareas domésticas. Quería contribuir con algo significativo y dejar una huella.
¿Cómo comenzó su camino laboral y qué la motivó a trabajar, a pesar de estar recién casada?
Desde joven sabía que no quería ser solamente ama de casa. Siempre he sido muy inquieta y con muchas ganas de hacer algo más. Aunque estaba recién casada y tenía un hijo pequeño, empecé vendiendo ropa desde casa. Sentía una necesidad personal de sentirme útil y realizada fuera del hogar.
¿Cómo logró ingresar al Seguro Social?
Se presentó la oportunidad de hacer el examen para trabajar en el Seguro Social. Lo hice sin decirle nada a mi esposo, porque sabía que él no lo entendería. Lo hice y me quedé. Mi esposo, Omar Corral Olivares, no comprendía por qué quería trabajar si no nos faltaba nada en casa. Pero para mí era más que el dinero; era mi realización personal. Era demostrarme que podía, que valía por mí misma.
¿Cuál fue su primer puesto en el Seguro Social?
Entré como encargada de ambulancias, con el señor Arturo Elizondo como administrador. Fue una etapa muy enriquecedora. Conocí a muchas personas valiosas y aprendí mucho sobre responsabilidad y organización. A pesar del trabajo, nunca dejé de lado mi gusto por la moda. Seguí vendiendo ropa, zapatos y accesorios desde casa, en mis tiempos libres. Siempre encontraba la manera de mantener viva esa pasión.
¿Cómo surgió la idea de emprender con un taller de costura?
La idea surgió junto a mi papá, que era mecánico. Compramos un lote de máquinas de coser en Reynosa. Así empezamos un pequeño taller con solo tres costureras. Yo sacaba los diseños de catálogos y tratábamos de replicarlos. Al principio, era algo muy básico, pero fue una semilla importante. Sin embargo, el verdadero giro llegó en 1987, cuando decidimos apostar por la mezclilla.
¿Qué papel jugó la mezclilla en el éxito de su negocio?
La mezclilla lo cambió todo. Empezamos a diseñar faldas y vestidos con este material tan versátil. Yo misma viajaba desde temprano hasta Parras de la Fuente para conseguir la tela. El esfuerzo valía la pena: tuvimos tanto éxito que comenzamos a vender en Reynosa, Laredo y Gutiérrez. Aquello se volvió un punto de quiebre. Nuestra pequeña maquila empezó a hacerse un nombre en la región.
¿Cómo pasó del diseño de ropa a los uniformes industriales?
Mi esposo trabajaba como ingeniero de minas en Ullara Mexicana, y tenía muchos contactos en la industria minera. A través de esas conexiones, comenzamos a ofrecer uniformes industriales para empresas como Micare, Mimosa y AMSA. Al principio, eran pedidos pequeños, de apenas 20 overoles, pero con constancia y calidad fuimos creciendo. Llegamos a tener 60 o 70 costureras trabajando, un equipo comprometido que fue clave para nuestro crecimiento.
¿Cómo ha evolucionado el negocio familiar con el tiempo?
Con el tiempo se integró mi hijo Omar Arnoldo, quien trajo ideas frescas y modernas. Él fue quien introdujo la automatización, así como el bordado, la serigrafía y la impresión DTF. Con estas innovaciones, expandimos el negocio a otras ciudades como Monclova, Piedras Negras y hasta una sala de exhibición en Monterrey. Aunque AMSA ya no es cliente, seguimos trabajando con empresas importantes como Constellation Brands, Trinity, AVOMEX y varias más.
¿Cómo ve su futuro personal y profesional hoy en día?
Hoy, con casi 70 años, sigo al frente. Muchos me dicen que ya descansé, que disfrute, pero no puedo. Este negocio es como un hijo que he visto crecer. Me da sentido, me mantiene viva y me llena de orgullo. No me veo retirándome mientras tenga fuerzas.
¿Qué consejo le daría a las nuevas generaciones que quieren emprender?
Que no se rindan a la primera. Antes de encontrar nuestro rumbo, intentamos de todo: carnicería, frutería, cría de pollos, boutiques… Todo fue parte del aprendizaje. Hay que tener pasión, constancia y, a veces, necedad. Mientras no sea la muerte, todo se puede.
¿Cuál ha sido su mayor motivación a lo largo de los años?
El orgullo de haber construido algo con mis propias manos y esfuerzo constante. La necesidad de sentirme útil y valiosa. Me gusta resolver problemas complejos y relacionarme con la gente de manera auténtica. Soy muy social y disfruto profundamente la compañía de los demás. Desde hace más de 15 años, me reúno cada mes con un grupo de amigas cercanas, compartiendo experiencias y apoyo.
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