La Entrevista con Héctor Rodríguez
Descubre la inspiradora historia de Héctor Rodríguez, un chef que transforma emociones en sabores, y su viaje culinario desde México al mundo.

“De la cocina mexicana aprendí que el alma también se sazona”
Héctor, ¿cómo empezó tu pasión por la cocina?
“Desde niño me fascinaba ver a mi abuela cocinar. Ella hacía todo con calma, sin recetas escritas, pero con una precisión impresionante. Esa conexión entre los ingredientes y la emoción fue lo que me atrapó. Decidí estudiar gastronomía porque entendí que la cocina era una forma de comunicar sin palabras”.
Tu trayectoria te ha llevado a distintos países. ¿Qué fue lo que te impulsó a salir de México?
“Quería conocer cómo se entendía la comida fuera de mi país. México tiene una de las cocinas más ricas del mundo, pero siempre me dio curiosidad ver cómo otros países interpretaban el sabor, la técnica y el servicio. La oportunidad de trabajar en cruceros me abrió esa puerta. Fue una escuela gigantesca.”
¿Cómo es trabajar en un crucero, en comparación con un restaurante en tierra?
“En un crucero todo se multiplica: los horarios, las exigencias, la diversidad del público. Cocinamos para más de dos mil personas al día, con clientes de todas partes del mundo. Tienes que adaptarte constantemente y mantener la calidad en medio del mar, donde no puedes simplemente salir a comprar un ingrediente. Es una experiencia que te forma en disciplina y creatividad”.
¿Qué tipo de cocina te ha influido más en tus viajes?
“Cada país deja una huella. En el Mediterráneo aprendí a respetar la frescura del producto; en Japón, la precisión; en el Caribe, el ritmo del sabor. Pero mi base sigue siendo mexicana. Siempre llevo conmigo el chile, el maíz y la manera de entender la comida como un acto de comunidad”.
¿Has tenido oportunidad de incluir platillos mexicanos en los cruceros o restaurantes internacionales donde trabajas?
“Sí, y ha sido de las cosas más gratificantes. A veces los pasajeros me pedían algo típico mexicano, y les preparaba tacos al pastor, mole o cochinita pibil. Recuerdo que una vez, en un crucero por el Mediterráneo, hicimos una ‘Noche Mexicana’ y el guacamole se acabó en menos de media hora. Fue hermoso ver cómo algo tan nuestro podía emocionar a personas de tantas nacionalidades”.
¿Cuál ha sido el reto más grande de tu carrera?
“Mantenerme fiel a mis raíces sin dejar de aprender. Cuando trabajas en ambientes internacionales, hay una tendencia a querer complacer todos los paladares, pero también es importante mostrar de dónde vienes. El reto es encontrar ese equilibrio entre la identidad y la innovación”.
Después de tanto viajar, ¿qué es lo que más valoras de México cuando regresas?
“El sabor de lo sencillo. Un taco callejero, una tortilla recién hecha, una salsa molcajeteada. En el extranjero puedes encontrar técnicas y productos increíbles, pero hay una calidez en la comida mexicana que no se compara. La comida aquí tiene alma”.
Muchos jóvenes chefs sueñan con trabajar en cruceros o en otros países. ¿Qué les recomendarías?
“Primero, que dominen lo básico. No se trata solo de hacer platos bonitos, sino de entender los fundamentos: cómo se comporta el fuego, cómo se respeta el producto. Segundo, que estudien idiomas; es vital para comunicarse en una cocina internacional. Y por último, que no tengan miedo de empezar desde abajo. Todos los grandes cocineros comenzaron pelando papas o lavando platos. Lo importante es la constancia”.
¿Cómo manejas el estrés de trabajar en ambientes tan exigentes?
“La cocina es intensidad pura, pero también es pasión. Yo encuentro equilibrio en la música y en la organización. Si tienes todo limpio y ordenado, el trabajo fluye mejor. Y, por supuesto, recordar que cocinas para dar alegría. Cuando ves a alguien sonreír después de probar un platillo, todo el esfuerzo vale la pena”.
¿Cuál ha sido el platillo más desafiante que has tenido que preparar en tu carrera?
“Una vez me pidieron hacer un menú completo de siete tiempos inspirado en México para un grupo de diplomáticos europeos. Teníamos que presentar los sabores tradicionales con un toque contemporáneo. Hicimos un mole negro reinterpretado, un ceviche con mezcal y un postre de cacao con chile. Fue un reto enorme, pero también una oportunidad para mostrar la versatilidad de nuestra cocina.”
¿Qué proyectos tienes en el futuro cercano?
“Estoy trabajando en una propuesta de restaurante en tierra firme, que combine técnicas internacionales con productos locales. También quiero dedicar más tiempo a formar jóvenes cocineros, compartir lo que he aprendido en estos años. Creo que enseñar es otra forma de cocinar: siembra semillas que luego se convierten en nuevos sabores”.
Por último, ¿qué significa para ti cocinar?
“Cocinar es un acto de amor. Es cuidar, compartir y expresar lo que uno siente a través de los ingredientes. Cada platillo lleva una parte de quien lo prepara: el estado de ánimo, los recuerdos, incluso los sueños. Cuando estás lejos de casa, la comida se convierte en un lenguaje universal; un puente que conecta culturas, emociones y memorias. He visto personas que no hablaban el mismo idioma sonreír al probar un bocado, y en ese momento entendí que la cocina tiene el poder de unir al mundo. Para mí, no es solo una profesión o una forma de ganarme la vida, es una manera de estar presente, de decir ‘aquí estoy’ a través del sabor. Cocinar me mantiene conectado con mis raíces, con mi gente, y con la parte más humana que todos tenemos".
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A los 25 años, Abigail Treviño ha demostrado que la fuerza de voluntad puede más que cualquier obstáculo. Originaria de Villa Unión, Coahuila, hija de una familia trabajadora conformada por sus padres, dos hermanas y un hermano, Abigail se ha forjado a base de esfuerzo, -- leer más
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