La explotación minera provoca grave daño ecológico en los rios

El río Sabinas enfrenta un grave deterioro ambiental causado por años de explotación minera, contaminación industrial y abandono.
El profesor y cronista Ramiro Flores Morales relata, con profundo conocimiento histórico y una sincera preocupación ambiental, el desarrollo de nuestro río Sabinas y los daños que ha sufrido a lo largo de los siglos.
Desde la llegada de los primeros exploradores que se internaron en estas latitudes como Gaspar Castaño, Francisco de Urdiñola y el misionero Fray Juan Larios, el río, entonces llamado El Muero por los pueblos originarios, fue descrito como un auténtico paraíso natural. Flores Morales destaca que aquellos pioneros se maravillaban de la exuberante vegetación: encinos, sauces, sabinos, palos blancos y una gran variedad de especies acuáticas. Un vergel que hoy sólo conserva un 10 % de su riqueza original, lamenta el cronista.
La degradación comenzó hace siglos con la tala indiscriminada de la vegetación ribereña. En especial, maderas valiosas como las de encino y sabino fueron utilizadas para construir los monos que sostenían las minas de carbón, lo que arrasó con la floresta de la zona. Con el paso del tiempo, el daño se agravó: los primeros colonos contaminaron el río con desechos sanitarios, y las fábricas comenzaron a verter residuos industriales.
Flores Morales remonta hacia 1990, cuando la planta coquizadora y una fundición de zinc en Nueva Rosita comenzaron a descargar aguas contaminadas en el río. Aquellas aguas, cargadas con creosota una brea oscura y pestilente, llegaron a “atontar” a los peces, que quedaban flotando sin vida. El propio cronista recuerda que se podían atrapar peces con las manos, pero su carne quedaba inutilizable: “apestaban a creosota”, comenta con indignación.
A esa tragedia se sumó la minería ilegal, impulsada por organizaciones delictivas que realizaron tajos en la ribera. El agua de extracción minera, enriquecida con sulfuro de hierro conocido localmente como alcaparrosa tiñó el río de un color mostaza opaco. Este fenómeno provocó la sedimentación de aquellos minerales sobre las hueveras de peces, bloqueando la reproducción de las especies acuáticas.
Aunado a ello, la desviación del cauce principal del río causó un impacto devastador en los sabinos centenarios de la ribera. Grandes extensiones de árboles milenarios que habían prosperado durante 300 a 500 años simplemente se secaron, privandolos de acceso al agua que nutrió su crecimiento durante generaciones. Según Flores Morales, desde el paraje conocido como “el Pinabete” hasta el ejido de Pueblo Nuevo y Guadalupe Victoria, la ribera está condenada al abandono.
El testimonio del profesor destaca la indolencia de las autoridades, que, a su juicio, no han combatido la explotación minera motivada por el temor a la delincuencia organizada. Incluso hoy, señala Flores, las actividades extractivas continúan, y el despojo de agua en el Pinabete no cesa. “Todavía están trabajando ahí… no sé qué están haciendo”, exclama preocupado.
El resultado es un daño ecológico profundo, que amenaza con llegar a ser irreversible. Si la actual destrucción continúa, advierte, las futuras generaciones podrían conocer tan solo un río seco, al igual que ocurrió con el antiguo río de Monclova hoy reducido a un cauce seco tras la apropiación industrial de su caudal.
El cronista concluye con un llamado de responsabilidad histórica y ambiental: “Hemos sido muy injustos con esta belleza natural”. Su mensaje es claro: sin acciones urgentes y una verdadera voluntad política, el esplendor originalmente observado por exploradores y misioneros se perderá para siempre.

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