La lactancia paterna es biológicamente posible, pero ¿Sería deseable?

Actualmente, los padres y madres comparten más las responsabilidades de la crianza en los primeros meses que en el pasado, pero hay una diferencia biológica que parece difícil de superar: la lactancia materna. Sin embargo, los hombres también tienen pezones y, en situaciones excepcionales, pueden producir leche. ¿Podría ser ciencia ficción que en el futuro ellos también amamanten a sus hijos?
Este fenómeno no es completamente nuevo. En situaciones extraordinarias, algunos hombres han logrado amamantar a sus bebés. Por ejemplo, en el Talmud se relata la historia de un hombre que desarrolló senos y alimentó a su hijo cuando la madre no estaba. El naturalista Alexander von Humboldt documentó en el siglo XIX un caso similar en Venezuela. Más recientemente, en 2002, un viudo en Sri Lanka estimuló sus pezones hasta producir leche suficiente para alimentar a sus hijas.
Existen registros médicos del siglo XIX que mencionan este fenómeno, y Charles Darwin también lo citó en El origen del hombre (1871), destacando que los machos de todos los mamíferos, incluido el ser humano, tienen mamas rudimentarias que en ocasiones pueden producir leche.
Aunque los tejidos mamarios masculinos tienen el potencial funcional, bajo condiciones hormonales normales la capacidad para lactar está inactiva.
El principal obstáculo para la lactancia masculina es hormonal, no anatómico. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, algunos prisioneros que pasaron hambre extrema presentaron producción anormal de leche al recuperarse, debido a cambios en sus niveles hormonales. Tumores en la glándula pituitaria también pueden causar un aumento en la hormona prolactina, clave para la lactancia.
Desde la perspectiva evolutiva, la lactancia en machos es rara porque implica un gasto energético alto, y los machos de la mayoría de mamíferos no están seguros de la paternidad de las crías, por lo que invertir recursos en ellas no tiene sentido evolutivo. Además, la competencia sexual ha favorecido que los machos se enfoquen en fecundar a varias hembras en lugar de cuidar a las crías, a diferencia de lo que ocurre en aves.
Existen excepciones, como el murciélago Dayak de Borneo, cuyos machos secretan pequeñas cantidades de leche, o casos documentados en primates bajo estrés.
Esto sugiere que la evolución no ha eliminado por completo la posibilidad de lactancia masculina; los pezones masculinos podrían activarse con intervenciones hormonales relativamente sencillas. Sin embargo, queda la pregunta sobre si esto sería deseable.
En términos éticos, el debate sobre modificar la biología humana mediante biotecnología es intenso. Los defensores del transhumanismo sostienen que mejorar nuestra biología es un derecho y deber, mientras que críticos alertan sobre los riesgos y la necesidad de reflexionar profundamente sobre sus consecuencias.
Hay argumentos a favor de la lactancia masculina. La estimulación del pezón libera oxitocina, una hormona que promueve calma y vínculos afectivos profundos, lo que podría fortalecer la relación padre-hijo. Además, la lactancia podría reducir la testosterona en los hombres, hormona asociada a comportamientos dominantes y competitivos, promoviendo mayor empatía y cooperación, algo valioso dada la persistencia de la violencia masculina.
También podría equilibrar la carga biológica de la reproducción, que aún recae mayormente en las mujeres, fomentando una igualdad real en la crianza. Esto beneficiaría también a nuevas formas familiares, como parejas del mismo sexo, padres solteros o familias no tradicionales, que podrían ofrecer a sus hijos la leche materna sin importar la estructura familiar.
Culturalmente, la lactancia ha sido idealizada y vinculada a la identidad femenina y la pureza. Compartir esta función cuestionaría esa visión y liberaría al cuerpo femenino de expectativas exageradas, reconociendo la lactancia como un acto de cuidado y no un rasgo esencial de identidad.
Por supuesto, esta idea enfrentará resistencias y desafíos, tanto médicos —por posibles efectos secundarios hormonales— como éticos, en torno a la modificación de nuestra naturaleza sexual. Algunos bioconservadores ven esto como un juego peligroso a “ser dioses”.
La lactancia paterna desafía las nociones tradicionales de masculinidad, paternidad y roles de género, y es probable que enfrente oposición, aunque la historia muestra que lo que una generación ve como extraño, para la siguiente puede ser normal.
La humanidad siempre ha utilizado la tecnología para superar sus límites biológicos; quizás ha llegado el momento de aplicar ese ingenio a uno de los aspectos más fundamentales de la experiencia humana: la alimentación y el vínculo en los primeros meses de vida.
Pocas innovaciones podrían tener un impacto tan positivo para nuestra especie.
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