La leche materna podría ser clave para evitar alergias alimentarias infantiles

Los niños que crecen en granjas suelen presentar muchas menos alergias que aquellos que viven en zonas urbanas, y un estudio reciente plantea una posible razón: la leche materna de las madres lactantes.
De acuerdo con una investigación publicada el 10 de diciembre en Science Translational Medicine, los niños que se desarrollan en entornos agrícolas muestran una maduración más rápida de su sistema inmunitario, con concentraciones más altas de anticuerpos protectores durante su primer año de vida.
Los científicos señalan que estos anticuerpos —junto con las células que los producen— se transfieren a los bebés a través de la leche materna.
Para llegar a esta conclusión, el equipo analizó a bebés de familias menonitas de la Antigua Orden que viven en la región de Finger Lakes, en Nueva York, una comunidad agrícola tradicional.
“Sabemos que los niños menonitas de la Antigua Orden tienen una protección notable frente a las alergias”, explicó la investigadora principal, la doctora Kirsi Järvinen-Seppo, jefa de alergia e inmunología pediátrica del Hospital Infantil Golisano de la Universidad de Rochester. “Este estudio demuestra que sus respuestas de células B y de anticuerpos están adelantadas respecto a lo esperado en comparación con los bebés urbanos. Sus sistemas inmunitarios parecen estar mejor preparados desde etapas muy tempranas para enfrentarse a alimentos y otras exposiciones sin reaccionar de forma exagerada”, añadió.
En el estudio se compararon 78 pares madre-hijo de la comunidad menonita con 79 pares de madres y bebés de Rochester, tanto de zonas urbanas como suburbanas. A lo largo del primer año de vida, los investigadores recolectaron muestras de sangre, heces, saliva y leche materna.
Los resultados indicaron que los bebés expuestos a la vida en la granja presentaban mayores niveles de células inmunitarias, lo que sugiere un sistema inmune más desarrollado en comparación con el de los niños urbanos.
Además, las muestras de leche materna de las madres menonitas contenían concentraciones más elevadas de anticuerpos.
El análisis se centró con mayor detalle en la alergia al huevo, una de las más frecuentes en la infancia temprana. Los niños de granja mostraron niveles más altos de anticuerpos específicos contra el huevo en la sangre, mientras que sus madres tenían mayores concentraciones de estos anticuerpos en la leche materna.
En contraste, los bebés de Rochester presentaban niveles variables de anticuerpos específicos contra el huevo, los cuales se relacionaban directamente con su riesgo de alergia: a mayor cantidad de anticuerpos, menor probabilidad de desarrollar alergia al huevo.
“Observamos un patrón claro: cuantos más anticuerpos específicos del huevo había en la leche materna, menor era la probabilidad de que el bebé desarrollara alergia al huevo”, señaló Järvinen-Seppo. “No podemos demostrar causalidad con este estudio, pero la asociación es muy sólida”.
¿La razón de estos niveles más altos de anticuerpos en las madres menonitas? Probablemente su alimentación, indicaron los investigadores.
Las familias menonitas de la Antigua Orden suelen criar sus propias gallinas y consumir huevos con frecuencia. Esta exposición repetida parece elevar los niveles de anticuerpos maternos frente a las proteínas del huevo, los cuales luego se transmiten a los bebés a través de la lactancia.
“Así como una infección o una vacuna pueden aumentar los niveles de anticuerpos, el consumo habitual de ciertos alimentos podría tener un efecto similar”, explicó Järvinen-Seppo. “Las madres menonitas comen más huevos, y eso podría facilitar que transmitan más anticuerpos específicos a sus hijos mediante la leche materna”.
Los bebés menonitas también nacieron con concentraciones más altas de anticuerpos en la sangre del cordón umbilical contra ácaros del polvo y caballos, lo que refleja los alérgenos ambientales a los que sus madres están expuestas de forma regular.
Por su parte, los bebés de Rochester mostraron niveles más elevados de anticuerpos contra cacahuetes y gatos, en concordancia con las exposiciones más comunes en entornos urbanos y suburbanos.
Estos hallazgos ayudan a explicar por qué la lactancia materna no siempre se ha asociado de manera consistente con un menor riesgo de alergias alimentarias, señaló Järvinen-Seppo, ya que el efecto depende en gran medida de la dieta materna.
“Nuetros datos sugieren que el beneficio es mayor cuando las madres tienen altos niveles de anticuerpos específicos de alimentos en su leche”, afirmó. “No todas las madres los tienen, y eso podría explicar por qué los resultados sobre lactancia materna y alergias alimentarias han sido tan variables”.
No obstante, la leche materna no sería el único factor que explica la menor incidencia de alergias en niños de granja. La exposición cotidiana a animales y microorganismos, el consumo de agua de pozo, el uso reducido de antibióticos y diferencias marcadas en la microbiota intestinal también contribuyen a fortalecer la resistencia a las alergias en los niños rurales.
Actualmente, los investigadores están realizando un ensayo clínico en el que mujeres embarazadas serán asignadas a consumir o evitar huevo y cacahuate durante el final del embarazo y el inicio de la lactancia. El objetivo es comparar los niveles de anticuerpos maternos y el desarrollo de alergias alimentarias en sus hijos.
“Ya sabemos que introducir huevo y cacahuate directamente en la dieta del bebé desde edades tempranas puede reducir el riesgo de alergias”, explicó Järvinen-Seppo. “Ahora queremos saber si la alimentación de la madre durante el embarazo y la lactancia puede aportar una capa adicional de protección a través de los anticuerpos que transmite al bebé. Nuestro objetivo final es transformar lo aprendido en estas comunidades en estrategias seguras y prácticas para todas las familias”.
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