Las Poquianchis: la historia real que inspira ‘Las Muertas’, la nueva serie de Netflix

En 1964, la revista Alarma! sacó en portada la corrupción de las autoridades en el caso de las hermanas González Valenzuela, conocidas como Las Poquianchis.
Durante años, estas mujeres encabezaron una red de prostitución que sometió a casi un centenar de víctimas y que puso en evidencia la complicidad del Estado. El escándalo conmocionó a México e inspiró múltiples adaptaciones en cine, teatro y literatura. Una de las más representativas es Las Muertas, de Jorge Ibargüengoitia, obra que en 2025 sirvió de base al director Luis Estrada para su nueva serie en Netflix.
Siguiendo la línea de la novela, la producción utiliza la ironía para reinterpretar los hechos reales mediante personajes ficticios. En este caso, las hermanas aparecen como Las Baladro, reducidas a dos en lugar de cuatro. La realidad, sin embargo, fue más compleja: la prensa sensacionalista de la época y los expedientes incompletos distorsionaron la verdad, invisibilizando el sufrimiento de las familias de las víctimas, la falta de justicia para muchas mujeres nunca identificadas y la imposibilidad de dimensionar por completo la magnitud de la red de explotación.
El origen de Las Poquianchis
Delfina, María del Carmen, María Luisa y María de Jesús crecieron en Jalisco en un entorno violento, bajo el yugo de un padre expolicía del porfiriato, conocido por su brutalidad y alcoholismo. Aunque su apellido original era Torres, lo cambiaron a González luego de que el hombre fuera acusado de asesinato, lo que obligó a la familia a huir. Tras la muerte de sus padres, heredaron una pequeña suma con la que abrieron su primer burdel en El Salto. El negocio fue clausurado después de un tiroteo, pero esa experiencia les permitió en 1954 montar una operación mayor, con casas de prostitución en Lagos de Moreno (Jalisco), San Francisco del Rincón y León (Guanajuato).
Reclutamiento y sometimiento
Las Poquianchis solían atraer a chicas de entre 14 y 15 años en comunidades marginadas del Bajío, prometiéndoles empleos como meseras o empleadas domésticas. Una vez captadas, eran sometidas con violencia verbal, física y sexual para quebrar su voluntad y retenerlas en los burdeles. La aparente “deuda” generada por la vivienda, la ropa y la comida se convertía en un mecanismo de control imposible de liquidar.
Para mantenerlas dominadas, participaban expolicías, choferes, capataces e incluso algunas mujeres cercanas a las hermanas, que castigaban a las recién llegadas con encierros, golpes y privación de alimento. Las víctimas enfermas, desnutridas o consideradas “demasiado viejas” eran asesinadas. También se practicaban abortos clandestinos y, cuando algún embarazo llegaba a término, los bebés eran eliminados. Sus propiedades terminaron convertidas en cementerios improvisados, con cadáveres de mujeres y niños que presentaban signos de violencia.
La captura y las omisiones del Estado
El reinado criminal de Las Poquianchis se prolongó hasta 1964, cuando la presión de las familias de algunas jóvenes desaparecidas llevó a la policía a actuar. La detención de Delfina y María de Jesús ocurrió en enero de ese año, tras la denuncia de una víctima que logró escapar. Según reportó La Prensa, al irrumpir la policía tuvo que contener a las cautivas, que intentaron linchar a las hermanas. María Luisa se entregó semanas después, mientras que Carmen ya había fallecido años antes.
El número oficial de víctimas reconocidas fue de alrededor de 90, aunque especialistas coinciden en que la cifra real probablemente fue mucho mayor.
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