¿Por qué cuesta tanto quitar la grasa abdominal? (y qué la hace peligrosa)

A veces parece que el abdomen tiene vida propia: bajas de peso, haces ejercicio, cuidas tu alimentación… y aun así la cintura no disminuye. Esta sensación es común y no significa que estés fallando.
El área abdominal es un sitio donde el cuerpo acumula energía por razones biológicas muy claras, y donde intervienen factores que van mucho más allá de la dieta, como el estrés, la calidad del sueño, las hormonas y el metabolismo.
Comprender por qué esa grasa permanece —y qué señales indican que puede volverse peligrosa— permite cambiar el enfoque de la culpa hacia la salud, y tomar decisiones más realistas y efectivas.
¿Qué es exactamente la grasa abdominal?
La grasa del abdomen no es uniforme. En esta zona coexisten dos tipos de grasa, lo que explica por qué en ocasiones se siente más “dura” o por qué cuesta tanto reducirla.
Grasa subcutánea: es la que se encuentra justo debajo de la piel. Es suave y puede pellizcarse.
Grasa visceral: está ubicada más profundamente, rodeando órganos internos como hígado, páncreas e intestino.
Esta última suele concentrarse en la parte alta del abdomen y no es fácil detectarla al tacto, ya que queda por debajo de los músculos.
La diferencia es clave porque la grasa visceral no es pasiva. Hoy se sabe que funciona como un tejido activo: libera sustancias inflamatorias y señales hormonales que influyen en la glucosa, los lípidos y la presión arterial.
¿Por qué la grasa abdominal implica riesgos?
No solo ocupa espacio: también altera procesos biológicos. Un estudio del American Journal of Clinical Nutrition (AJCN) destacó que la medida de la cintura es un indicador directo de grasa abdominal y se vincula con mayor riesgo cardiometabólico, incluso en personas cuyo IMC está dentro de parámetros considerados normales.
La misma investigación señala que niveles elevados de grasa visceral aumentan la probabilidad de desarrollar diabetes tipo 2, hipertensión, dislipidemias, hígado graso e incluso ciertos tipos de cáncer.
La OMS establece como parámetros de alto riesgo una circunferencia mayor de 88 cm en mujeres y 102 cm en hombres, límites aún utilizados en estudios recientes debido a su capacidad para predecir complicaciones.
La mayor preocupación médica no es la “barriga” en sí, sino lo que puede acompañarla: el síndrome metabólico. Este conjunto de condiciones incluye acumulación de grasa abdominal, presión elevada, triglicéridos altos, azúcar alterada y niveles bajos de colesterol HDL. Cuando estas alteraciones coinciden, aumentan notablemente las probabilidades de enfermedad cardiovascular y diabetes.
¿Por qué cuesta tanto reducir la grasa abdominal?
De acuerdo con especialistas citados por el AJCN, la dificultad se debe a una combinación entre factores biológicos y hábitos cotidianos.
Cortisol, estrés y falta de sueño
Ante un estrés prolongado, el cuerpo incrementa la producción de cortisol, una hormona que evolucionó para ayudarnos a responder ante amenazas. El problema es que hoy en día esas “amenazas” son situaciones diarias como el tráfico, el trabajo o la ansiedad, lo que mantiene el cortisol elevado durante periodos extendidos.
Con niveles altos de esta hormona, el organismo tiende a almacenar grasa en forma visceral, como si necesitara energía extra para enfrentar un peligro constante.
La privación de sueño empeora el panorama. Un ensayo publicado en Diabetes Care por la Universidad de Columbia demostró que dormir alrededor de 90 minutos menos al día durante seis semanas redujo la sensibilidad a la insulina, aun sin grandes cambios de peso.
Dormir poco predispone al cuerpo a acumular grasa, especialmente alrededor del abdomen.
Resistencia a la insulina
La resistencia a la insulina es un factor esencial en la acumulación de grasa abdominal. Cuando las células dejan de responder bien a esta hormona, el cuerpo produce más para mantener estable el azúcar.
Ese exceso promueve que la grasa se deposite en la zona central del cuerpo y genera un círculo vicioso: más grasa visceral provoca más resistencia a la insulina, lo que a su vez incrementa la grasa abdominal.
Frontiers in Endocrinology describe que la cantidad de grasa visceral se relaciona con alteraciones en la secreción y acción de la insulina, sin importar el IMC o la grasa subcutánea.
Por ello, dietas ricas en azúcares añadidos, bebidas endulzadas y alimentos ultraprocesados mantienen la acumulación de grasa en la cintura, incluso si no se come en grandes cantidades. Lo determinante es el impacto metabólico.
Edad, hormonas y genética
A partir de los 40 o 50 años se producen cambios naturales: se pierde masa muscular, disminuye el metabolismo basal y el cuerpo redistribuye la grasa hacia el abdomen.
En las mujeres, la disminución de estrógenos tras la menopausia favorece que la grasa se acumule más en la cintura que en caderas o muslos.
En los hombres también se observa este cambio progresivo asociado a hormonas y menor masa muscular. Además, la genética influye: algunas personas tienden a acumular grasa abdominal aun cuando no tienen obesidad generalizada.
No existe la “quema localizada”
Este es uno de los mitos más persistentes. El cuerpo no decide de qué zona eliminar grasa primero. Hacer ejercicios abdominales fortalece los músculos, mejora la postura y puede dar una apariencia más firme, pero no elimina por sí mismo la grasa visceral.
La reducción del abdomen ocurre únicamente cuando se logra una pérdida de grasa total sostenida con hábitos constantes.
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