Poste al punto del colapso en el centro
El poste representa un riesgo inminente para la comunidad ya que en cualquier momento puede caer

En pleno corazón de la ciudad, justo en la intersección de las calles Jalisco y Anáhuac, un poste inclinado, aparentemente perteneciente a la Comisión Federal de Electricidad (CFE), se encuentra al borde del colapso. Su deterioro, evidente y alarmante, ha sido ignorado por días, quizás semanas, generando un entorno de riesgo constante para automovilistas, peatones y residentes de la zona centro.
Esta estructura, en evidente estado de fragilidad, muestra una inclinación preocupante que compromete su estabilidad. A su alrededor aún se encuentran restos de cintas amarillas de precaución, colocadas en su momento, probablemente tras el impacto de un vehículo. Sin embargo, estas cintas hoy están caídas, rotas y desordenadas, dejando el área desprotegida y sin ningún tipo de advertencia visible para quienes transitan por el lugar. El peligro es real, constante y creciente.
El descuido en la atención de este tipo de incidentes pone en evidencia un problema más profundo: la normalización de la negligencia en el espacio público. El deterioro de un poste en una zona tan transitada debería haber encendido las alarmas de inmediato. Pero lo que ocurre, como en muchos otros casos, es una preocupante indiferencia institucional que parece funcionar más como costumbre que como excepción.
La zona centro no solo es histórica y de relevancia social, sino que representa una arteria vital de movilidad y actividad económica para la ciudad. Cientos de vehículos cruzan por estas calles diariamente. Decenas de personas caminan cerca del punto crítico sin tener conocimiento del potencial desastre que podría ocurrir en cualquier momento. Y no se trata de alarmismo: un poste colapsado no solo puede interrumpir el servicio eléctrico, sino generar consecuencias más graves como lesiones, daños a vehículos, incendios o incluso pérdidas humanas.
Lo más preocupante es la aparente ausencia de protocolos de respuesta inmediata ante infraestructura dañada. El hecho de que un poste con estas características continúe en pie, inclinado y sin intervención, sugiere que las autoridades correspondientes han fallado en la inspección, supervisión y atención oportuna del problema. La respuesta pública ante emergencias menores, que pueden escalar rápidamente, sigue siendo reactiva, tardía e ineficiente.
Este caso, aunque localizado, habla de un patrón que se repite en muchas otras zonas de la ciudad y del país: infraestructura pública débil, dañada o abandonada, sin un plan de mantenimiento preventivo visible y con una nula cultura de responsabilidad compartida entre los entes encargados. La ciudadanía, por su parte, ha normalizado la idea de vivir entre postes ladeados, cables colgantes, tapas de registro abiertas, baches crónicos y banquetas rotas. Se convive con el deterioro como si fuera parte del paisaje urbano, como si no se tratara de fallas graves que podrían evitar accidentes y salvar vidas.
Pero normalizar el riesgo es una actitud que termina cobrando una factura muy alta. Cada vez que se ignora una denuncia ciudadana, cada vez que se omite una reparación por falta de recursos o voluntad, se está apostando a la suerte. Y cuando se trata de la seguridad en el espacio público, apostar a la suerte es inaceptable.
Este poste, en cualquier momento, puede ceder. Un vehículo estacionado debajo, un peatón que pase a la hora equivocada, un ciclista desprevenido o una ráfaga de viento más fuerte de lo habitual, son suficientes detonantes para que ocurra una tragedia. Y entonces, cuando el daño esté hecho, vendrán las explicaciones, los comunicados, las revisiones urgentes que siempre llegan tarde. Pero ¿por qué esperar a que ocurra una desgracia para actuar?
La falta de mantenimiento urbano, sumada a la lentitud institucional, revela una visión limitada de lo que debería ser la gestión del espacio público. Se privilegia lo inmediato, lo visible, lo político, pero se olvida lo esencial: garantizar la seguridad cotidiana de quienes transitan por la ciudad. Lo que no se ve, lo que no genera impacto mediático, lo que no representa una ganancia política directa, se posterga.
Y sin embargo, los ciudadanos sí lo ven. Tal vez no en redes sociales o boletines oficiales, pero lo viven todos los días. Lo ven en postes ladeados, en luminarias apagadas, en cables colgando, en banquetas levantadas. Lo sufren cuando se tropiezan, cuando se quedan sin luz por horas o cuando pasan junto a una estructura a punto de venirse abajo y esperan, con suerte, no estar ahí cuando suceda.
El caso de la calle Jalisco y Anáhuac es solo un ejemplo más de cómo lo ordinario se convierte en peligroso por la suma de indiferencia, descuido y silencio. Un poste dañado no debería ser invisible para nadie, mucho menos para quienes tienen la responsabilidad legal y moral de asegurar el buen estado de la infraestructura urbana. Tampoco debería recaer siempre en los vecinos la carga de alertar, denunciar o incluso buscar soluciones por su cuenta.
Es tiempo de asumir con seriedad que cada elemento del entorno urbano cuenta. Que un solo poste mal colocado puede significar una tragedia. Que ignorar los pequeños daños abre la puerta a los grandes desastres. Y que mientras no se construya una cultura de respuesta inmediata, de mantenimiento preventivo y de respeto al espacio público, los ciudadanos seguirán caminando entre riesgos cotidianos con la sensación de que lo peor puede pasar… y de que nadie hará nada hasta que ocurra.
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