Proliferan los basureros clandestinos en la Lázaro Cárdenas
Los lotes baldíos se han convertido en sitios donde se tira todo tipo de objetos convirtiéndose en un problema social.


En la colonia Lázaro Cárdenas, los terrenos baldíos se han transformado en vertederos clandestinos, reflejo de un problema profundo que va más allá de la simple acumulación de residuos. La basura, que se extiende a lo largo de predios sin vigilancia ni cercado, se ha convertido en parte del paisaje habitual de esta zona urbana, configurando un escenario que pone en evidencia las fisuras estructurales de la convivencia ciudadana, el uso del espacio público y la falta de cohesión social.
Lo que en otros contextos podría considerarse un acto aislado de irresponsabilidad individual, aquí ha tomado dimensiones de fenómeno social. Ropa vieja, electrodomésticos en desuso, envases plásticos, restos de poda y residuos domésticos aparecen esparcidos por predios que alguna vez fueron considerados zonas de expansión urbana o áreas verdes. Este abandono sistemático de espacios compartidos da cuenta de una normalización del deterioro y de la pérdida de valor por el entorno común.
El impacto ambiental de estos tiraderos es alarmante. En la acumulación de objetos y desperdicios se generan condiciones idóneas para el desarrollo de fauna nociva como roedores, alimañas y, de forma más crítica, mosquitos transmisores de enfermedades como dengue, zika o chikungunya. Cada recipiente olvidado que recolecta agua de lluvia se convierte en un criadero potencial. Los residuos orgánicos, por su parte, aceleran procesos de descomposición que liberan olores fétidos y contaminan el subsuelo, poniendo en riesgo la calidad del aire y del agua.
Más allá de las implicaciones sanitarias, los basureros clandestinos son también expresión de una crisis cultural en torno al sentido de pertenencia. Se evidencia una desconexión entre el individuo y su entorno urbano: un distanciamiento progresivo que debilita la identidad comunitaria. La lógica parece regirse por el principio del “no es mío, no importa”, lo que permite que espacios compartidos se deterioren sin que ello active mecanismos internos de cuidado o denuncia.
En términos urbanos, estos focos de acumulación de basura provocan la degradación del paisaje, el abandono del entorno y la desvalorización del tejido barrial. La percepción de inseguridad se incrementa. Calles que rodean predios sucios y descuidados pierden su vitalidad; se reducen las actividades al aire libre y se deteriora la convivencia entre vecinos. La suciedad se vuelve sinónimo de abandono, y el abandono, a su vez, da paso al estigma territorial.
Es innegable que en muchos casos esta conducta surge ante la falta de infraestructura adecuada para la disposición final de los residuos. Sin embargo, el problema no se limita a una cuestión logística. Subyace una profunda necesidad de transformación cultural en la manera en que se entiende y se ejerce el derecho a la ciudad. No basta con tener contenedores o camiones recolectores si persiste la idea de que los espacios sin dueño son tierra de nadie.
En contextos como el de la Lázaro Cárdenas, los predios baldíos deberían representar una oportunidad: zonas susceptibles de convertirse en jardines comunitarios, huertos urbanos, áreas de esparcimiento o puntos de encuentro vecinal. Sin embargo, el abandono institucional y ciudadano ha permitido que estos espacios se conviertan en sumideros de negligencia, en agujeros negros de desarrollo urbano. Esta resignación silenciosa ante el deterioro es una forma de violencia estructural que castiga a quienes habitan en las periferias.
La situación exige un replanteamiento profundo del valor que se otorga al espacio colectivo. La limpieza urbana no puede depender únicamente de acciones externas, sino que debe surgir de una conciencia compartida que reconozca que la salud y el bienestar están íntimamente ligados al entorno. Tirar basura en un terreno baldío no es solo un acto de descuido: es una declaración de desprecio por lo común, por lo que nos pertenece a todos.
Combatir esta problemática requiere más que barrer y recoger: implica resignificar el entorno. Convertir los predios en lugares útiles, dotarlos de funciones sociales, culturales o ecológicas que activen su uso cotidiano y restauren su valor simbólico. Iniciativas comunitarias, educación ambiental desde edades tempranas y el fortalecimiento del sentido de pertenencia son herramientas clave para revertir esta tendencia de deterioro urbano.
Mientras tanto, el problema continúa creciendo. Día tras día se suman nuevos objetos a los tiraderos improvisados: colchones, restos de muebles, bolsas con desechos. Cada nuevo aporte a la montaña de residuos es un testimonio del fracaso colectivo en la construcción de entornos dignos. La basura no solo ensucia las calles; corroe la posibilidad de una vida urbana sostenible y solidaria.
En última instancia, lo que está en juego en la colonia Lázaro Cárdenas no es únicamente la limpieza del entorno, sino el tipo de ciudad que se quiere construir. Una ciudad donde el abandono se normaliza o una donde el espacio público se defiende como un derecho y una responsabilidad compartida. Es momento de detenerse, mirar alrededor y preguntarse si realmente se está dispuesto a habitar una ciudad invadida por la indiferencia o si aún hay tiempo para redibujar, entre todos, un entorno más digno.
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