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Registros abiertos: un riesgo latente tras las lluvias en la ciudad

Diversos sectores reportaron esta problemática afortunadamente no se registraron accidentes

Registros abiertos: un riesgo latente tras las lluvias en la ciudad: Diversos sectores reportaron esta problemática afortunadamente no se registraron accidentes
José Gaytán
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La intensa lluvia que se presentó el pasado domingo en Piedras Negras, con una acumulación de más de cinco pulgadas de precipitación en pocas horas, dejó tras de sí una serie de afectaciones que fueron más allá de los encharcamientos y la baja visibilidad momentánea. Entre las secuelas más visibles, y peligrosas, destaca la apertura de registros pluviales y de drenaje en diversos puntos de la ciudad, convirtiéndose en trampas invisibles tanto para peatones como para automovilistas.

Esta situación, lejos de ser un fenómeno aislado, evidencia una problemática recurrente que se ha normalizado con el paso del tiempo: la falta de mantenimiento preventivo en la infraestructura urbana, la escasa cultura de previsión y, sobre todo, la indiferencia ante situaciones que ponen en riesgo la integridad física de la población.

Tras el paso del temporal, bastó con transitar por las principales calles de la ciudad para notar registros sin tapa, coladeras desbordadas o completamente ausentes, pozos de visita abiertos y estructuras metálicas que simplemente desaparecieron entre la corriente de agua. En condiciones normales, estos elementos ya representan un peligro latente, pero con el agua acumulada ocultando su ubicación, se convierten en verdaderas trampas mortales.

Lo más alarmante del caso es que, a pesar de lo recurrente del problema, no se observaron acciones inmediatas ni señales preventivas en los puntos afectados. El riesgo se mantuvo durante horas, incluso días, sin que se colocaran advertencias visibles o barreras físicas que alertaran a quienes transitaban por las zonas de peligro. La comunidad quedó nuevamente a merced del azar, confiando en que el instinto o la experiencia previa permitiera sortear los obstáculos invisibles.

La ausencia de señalamientos no es un detalle menor. La falta de protocolos claros para la atención a estas emergencias deja en evidencia un sistema que no prioriza la seguridad pública en el espacio urbano. Resulta inaceptable que, tras una lluvia de gran intensidad, no exista un plan de revisión inmediata del estado de las vialidades, especialmente en lo que respecta a la infraestructura subterránea y sus accesos.

Si bien en esta ocasión no se reportaron accidentes graves derivados de estos registros abiertos, ello no debe interpretarse como un signo de buena fortuna, sino como una señal de advertencia que no debe ignorarse. El hecho de que no haya víctimas no elimina la peligrosidad de la situación; simplemente, aplaza lo inevitable si no se toman medidas contundentes.

El caso de los registros abiertos también revela otra arista del problema: el abandono del mantenimiento urbano como una prioridad constante. No se trata únicamente de responder ante una contingencia, sino de actuar antes de que esta ocurra. Los registros que se desprenden con facilidad, que no cuentan con amarres adecuados o que ya presentan deterioro por el paso del tiempo, deberían ser sustituidos antes de que una lluvia intensa los arranque y los arrastre.

En ese sentido, la falta de planificación también se manifiesta. En muchas zonas de la ciudad, la infraestructura de drenaje y pluvial parece estar diseñada para climas que ya no corresponden a la realidad actual. Las lluvias cada vez más intensas y erráticas, producto del cambio climático, exigen sistemas más robustos y con mayor capacidad de respuesta. Sin embargo, año tras año se repiten las mismas imágenes: calles inundadas, coladeras abiertas, tapas desaparecidas y ciudadanos librando obstáculos con ingenio y resignación.

La normalización del deterioro urbano tiene un costo que no siempre se mide en cifras económicas. Hay un desgaste social evidente, una desconfianza creciente hacia la capacidad de respuesta ante emergencias cotidianas, una sensación de desamparo que se profundiza cuando lo que debería ser seguro —una calle, una banqueta, una avenida principal— se convierte en un lugar hostil y riesgoso.

Este escenario exige una reflexión urgente sobre el valor que se otorga al bienestar colectivo en la gestión del entorno urbano. Los registros abiertos tras la lluvia no son un accidente inevitable; son el resultado de decisiones —o la falta de ellas— acumuladas a lo largo del tiempo. Y aunque en esta ocasión la ciudad escapó sin reportes de víctimas, es solo cuestión de tiempo para que las consecuencias sean mayores si no se modifica la manera en que se aborda esta problemática.

Una ciudad no puede considerarse funcional si caminar o conducir tras una lluvia se convierte en un acto de valentía. No basta con levantar la vista al cielo para preocuparse por el clima. También hay que mirar al suelo, donde yacen los verdaderos peligros, ocultos tras el agua, la costumbre y la indiferencia.

Mientras tanto, la ciudadanía sigue expuesta, sin advertencias ni soluciones reales, en una ciudad que parece no escuchar hasta que ocurre una tragedia. Y eso, sin duda, es el síntoma más grave de una infraestructura urbana que está lejos de responder a las necesidades de su gente.

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