Sector Acoros enfrenta grave derrame de aguas residuales

Vecinos del sitio manifestaron como se ha agravado la problemática que genera diversas incomodidades
En la colonia Acoros de Piedras Negras se desarrolla, de manera constante y alarmante, una de las manifestaciones más visibles de abandono urbano: una fuga masiva de aguas residuales que recorre varios metros de la avenida Juan de la Barrera, formando riachuelos pestilentes, acumulaciones de líquido contaminado y zonas de evidente erosión del terreno. En lugar de atenderse como una emergencia de salud pública y una falla crítica en infraestructura, este problema se ha convertido en parte del paisaje cotidiano de una de las zonas con mayor crecimiento poblacional de la ciudad.
La situación representa una grave contradicción urbana: mientras la colonia se expande con nuevas viviendas y familias que buscan una mejor calidad de vida, los servicios básicos fundamentales —como el drenaje, el pavimento y el saneamiento— se encuentran totalmente rebasados o incluso inexistentes en varios tramos. La escorrentía de aguas negras en pleno espacio público no solo daña la imagen del entorno, sino que constituye un riesgo sanitario latente.

El agua residual, que se desliza libremente sobre el pavimento o en tramos sin pavimentar, está expuesta a personas, mascotas y vehículos que diariamente transitan por la zona. Con la temperatura ambiental en aumento, el olor es penetrante y persistente, lo que convierte el recorrido por estas calles en una experiencia no solo desagradable, sino potencialmente perjudicial para la salud. Las condiciones físicas del suelo también empeoran progresivamente: la constante humedad ha generado hundimientos y cavidades en varios puntos, donde ya se observan deformaciones tipo “cuevas” formadas por el paso constante del drenaje sin contención.
Este tipo de deterioro urbano no ocurre de un día para otro. Es producto de una falta sostenida de mantenimiento, planeación y vigilancia sobre los sistemas de drenaje en sectores donde la mancha urbana ha crecido rápidamente sin que la infraestructura básica acompañe ese ritmo. Las fugas de aguas negras no deberían normalizarse ni asumirse como un problema menor: representan una falla estructural con efectos ambientales, sanitarios, sociales y económicos a mediano y largo plazo.
El impacto sanitario es especialmente preocupante. El contacto prolongado o indirecto con aguas residuales puede provocar una amplia gama de enfermedades infecciosas, desde problemas gastrointestinales hasta infecciones cutáneas y respiratorias. En zonas habitadas por familias con niños y personas mayores, el riesgo se amplifica. Las aguas negras contienen bacterias, virus, protozoos y parásitos que, al permanecer expuestos en vía pública, convierten las calles en focos permanentes de contaminación.

Pero el problema no se detiene ahí. Las calles sin pavimentar en sectores críticos de la colonia, particularmente las aledañas al área donde la fuga es más visible, reflejan otra arista del abandono. La falta de pavimento en una zona urbana consolidada, especialmente en vías de uso frecuente, no solo deteriora los vehículos y complica la movilidad; también evidencia que la expansión habitacional no ha ido acompañada de inversión en infraestructura básica, dejando a cientos de familias atrapadas entre el polvo, el lodo o las aguas negras, dependiendo del clima del día.
Es inaceptable que en pleno 2025 existan colonias en una ciudad fronteriza que carecen de drenaje funcional o de calles pavimentadas. En contextos urbanos donde se promociona la inversión, el desarrollo y la conectividad con Estados Unidos, la existencia de comunidades con servicios públicos colapsados es un contrasentido que habla más de desigualdad estructural que de modernidad.
La colonia Acoros, lejos de ser una excepción, se ha convertido en un reflejo de lo que ocurre cuando el crecimiento urbano supera la capacidad institucional de planificación. La ausencia de control en desarrollos habitacionales, la falta de presupuesto destinado a drenaje sanitario y pluvial, y la desatención prolongada a reportes comunitarios, crean el escenario perfecto para que los problemas se acumulen sin solución.
Además, hay un elemento simbólico en juego: cuando una comunidad convive durante semanas o meses con ríos de aguas negras, lo que se erosiona no es solo el pavimento, sino también el tejido social. Las personas comienzan a perder confianza en las instituciones, en los proyectos públicos, e incluso en la posibilidad de mejorar sus condiciones de vida a través del esfuerzo individual. El abandono de servicios básicos transmite el mensaje implícito de que hay ciudadanos de primera y de segunda, dependiendo de la zona donde vivan.

En términos ambientales, la contaminación del subsuelo también debe considerarse. Las aguas negras, al infiltrarse en terrenos sin asfalto o en zonas erosionadas, pueden contaminar fuentes subterráneas, y cuando se acumulan en charcos, sirven de criadero para insectos transmisores de enfermedades, como el mosquito Aedes aegypti, relacionado con el dengue, zika y chikungunya.
No se trata únicamente de una fuga de drenaje: se trata de una cadena de omisiones que permite que uno de los servicios más esenciales de la vida urbana —el saneamiento— colapse sin respuesta. Mientras se discuten megaproyectos o eventos de promoción, las calles de Acoros siguen recibiendo litros de residuos humanos diariamente, sin contención ni tratamiento.
La transformación de esta situación requiere más que reparaciones parciales o atenciones esporádicas. Implica reconocer que el derecho a vivir en un entorno limpio y funcional es parte del derecho a la ciudad, y que cada colonia merece ser vista y atendida como parte integral de un todo. La infraestructura no puede seguir siendo el último eslabón en las decisiones de planeación urbana. Las fugas de drenaje deben dejar de ser paisajes aceptados y convertirse en símbolos de urgencia y acción estructural.
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