“Un Paso a la Vez”: Tres mujeres que volvieron a vivir después de tocar fondo

En un mundo que muchas veces condena antes de entender, tres mujeres decidieron enfrentar sus demonios más oscuros y comenzar de nuevo. Hoy, Dora, Guadalupe e Imelda están por recuperar algo que creían perdido: su libertad, su dignidad y su capacidad de sonreír.
Las paredes del anexo Un Paso a la Vez han escuchado gritos de dolor, sollozos de arrepentimiento, oraciones temblorosas, y también, aunque cueste trabajo creerlo carcajadas. Aquí no se encierra a las personas, se les abre una puerta: la de la reconciliación consigo mismas.
En este espacio de lucha y sanación, tres mujeres están por concluir su proceso de rehabilitación. No es una salida triunfal. Es una salida digna. Paso a paso, como el nombre lo dice.
Dora, Guadalupe e Imelda no tienen mucho en común si uno mira sus edades, sus historias o los años que estuvieron bajo el dominio de las drogas. Pero comparten algo más poderoso que cualquier diferencia: el deseo profundo de vivir y están por recuperar algo que creían perdido: su libertad, su dignidad y su capacidad de sonreír.
Dora T.: “Me arranqué a mí misma, pero aquí me volví a encontrar”
A sus 56 años, Dora habla con una serenidad que contrasta con los casi 30 años que pasó entre las sombras del consumo en Estados Unidos.
“Caí en las drogas, en la depresión, viví violencia doméstica. Las drogas me destruyeron. Estuve en manicomios, pasé por varias cirugías… estaba muerta en vida”, relata con voz firme pero cargada de cicatrices.
Sus inicios en la droga llegaron tarde, a los 27 años, luego de una infancia marcada por el abuso y un profundo resentimiento hacia la vida. En su país natal nunca encontró un espacio como Un Paso a la Vez.
“Aquí me quitaron una venda de los ojos. Lo más preciado que me quitó la droga fue que me destruí yo misma. Pero ahora vuelvo a sonreír”, dice emocionada.
Está por egresar del programa y lo que más la emociona es ver a sus hijos.
“Me ven con ojos de esperanza, se emocionan al verme… porque ya no soy la misma. Soy mejor”.
Guadalupe G.: “Quería encajar, y terminé sin hogar”
Apenas tiene 21 años, pero su historia carga con todo el peso de la desesperanza. Comenzó a consumir a los 17, por presión de amigos. Un fin de semana cualquiera, un “cristal” le cambió la vida para siempre.
“Solo quería que no me dejaran de hablar… no sabía lo que me esperaba”, confiesa. Había sido víctima de bullying y abuso desde pequeña. El consumo fue una vía de escape que pronto se volvió un callejón sin salida.
La adicción se aceleró. La casa familiar se convirtió en un campo de batalla y su padre, al no poder verla destruirse más, tomó una decisión drástica.
“Fue mi papá quien me anexó. Yo estaba muy mal. Ya ni siquiera tenía dónde dormir. Mi familia me cerró las puertas… y lo entiendo. Yo no me reconocía”. “Terminé sin casa, sola, consumiendo todos los días. Nadie me reconocía, ni yo misma”, recuerda con lágrimas contenidas.
Hoy, Guadalupe vuelve a hablar de futuro. Agradece haber sido aceptada en un lugar que no la juzgó, que le enseñó que una recaída no es el final, sino parte del proceso de volver a vivir.
Imelda S.: “Perdí el respeto por todo, hasta por mí”
A los 37 años, Imelda reconoce que su inicio fue por simple curiosidad. Una noche de fiesta, alcohol de más y una propuesta disfrazada de ayuda.
“Me sentía muy ebria y alguien me dijo que tenía algo para bajarme lo tomado. Era cristal. Sentí que era mágico. Y así empezó todo”, relata.
Lo más doloroso no fue perder el control, sino abandonar a sus hijos. La droga le arrebató la maternidad, la autoestima y el amor propio.
“Para conseguir esa droga me perdí como mujer, como madre. Perdí el respeto por mi familia, por mí misma”.
Ahora, se aferra a la oportunidad que le brinda el anexo, donde aprendió que aún es posible recuperar lo perdido.
La semilla del cambio: Karina Cuéllar y el nacimiento de “Un Paso a la Vez”
El alma de este anexo es Karina Cuéllar, una mujer en recuperación que transformó su dolor en propósito. Su historia también está marcada por el sufrimiento: perdió a sus hijos en medio del consumo, tocó fondo sin que nadie la ayudara, porque en su tiempo no existían anexos para mujeres ni información para las familias.
“Fui adicta y me llevé a mis hijos entre las patas. Ellos también están anexados. Pero cuando logré salvarme, decidí hacer algo por las demás”, cuenta Karina.
Así nació Un Paso a la Vez, con la convicción de que la recuperación no tiene género ni edad, y que toda mujer merece una segunda oportunidad, sin miedo ni juicio.
Un mensaje para las que siguen allá afuera
Las tres mujeres coinciden en algo esencial: un adicto jamás ve que está mal hasta que lo acepta.
“Pensábamos que el mundo estaba en contra, pero la que estaba mal era una. Ahora lo entendemos. Y también entendemos que los amigos de la calle solo sirven para hundirte”, afirma Imelda.
Su mensaje es claro: sí se puede cambiar.
“A las mujeres que estén en las drogas, les decimos: no tengan miedo de pedir ayuda. No están solas. Y a las familias, que no pierdan la fe. Se puede volver a vivir… un paso a la vez”.

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