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Una infancia feliz puede proteger contra los trastornos alimentarios

ENFERMEDADES
Redacción El Tiempo
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Padres que brindan apoyo, rutinas estables en el hogar, creencias reconfortantes y vínculos sólidos con la comunidad.

Todas estas experiencias positivas durante la infancia pueden disminuir la probabilidad de que un estudiante universitario desarrolle un trastorno alimentario, incluso si ha enfrentado situaciones adversas, según un estudio reciente.

Investigaciones previas habían asociado el abuso y la negligencia infantil con un mayor riesgo de problemas como atracones, bulimia y anorexia. Sin embargo, los nuevos hallazgos sugieren que, de manera inversa, una infancia segura y feliz puede actuar como factor protector frente a estos trastornos.

“Descubrimos que las experiencias infantiles positivas ejercen un efecto protector contra los trastornos alimentarios”, explicó Craig Johnston, presidente de salud y rendimiento humano de la Universidad de Houston. “Incluso cuando los estudiantes habían tenido numerosas experiencias negativas en la infancia, las experiencias positivas mitigaban su impacto sobre las conductas alimentarias poco saludables”, añadió.

Los trastornos alimentarios afectan aproximadamente al 80% de los estudiantes universitarios, periodo en el que comienzan a establecer sus hábitos alimenticios independientes.

Este estudio analizó cómo las experiencias positivas y negativas de la infancia interactúan y afectan conjuntamente el riesgo de desarrollar trastornos alimentarios, algo que investigaciones anteriores apenas habían explorado.

Se encuestó a más de 1,600 estudiantes de la Universidad de Houston, y los resultados mostraron que tanto las influencias positivas como las adversas durante la infancia impactan el riesgo de estos trastornos. Los estudiantes con mayor riesgo reportaron experiencias adversas elevadas, escasas experiencias positivas y preocupaciones actuales por su peso y forma corporal, lo que aumentaba su riesgo en un 63%.

“El efecto protector más fuerte se observó en quienes tuvieron pocas experiencias negativas y muchas positivas durante la infancia, reduciendo los trastornos alimentarios entre un 20% y un 41%”, indicó Johnston.

Según Cynthia Yoon, investigadora principal y profesora asistente en la Universidad Nacional de Pusan, Corea del Sur, la vida familiar de un niño tiene un impacto profundo y duradero en sus hábitos de alimentación futuros. “Dado que las experiencias infantiles, buenas o malas, influyen fuertemente en las conductas alimentarias, es fundamental apoyar a familias, cuidadores, vecinos y docentes para crear un entorno cálido y afectuoso. Esto puede disminuir la probabilidad de que los estudiantes desarrollen hábitos alimentarios desordenados durante la universidad”, comentó.

Además, las universidades podrían evaluar a los estudiantes en función de su historia familiar y ofrecerles herramientas de afrontamiento saludables y programas de resiliencia. Johnston añadió que aquellos estudiantes con conductas alimentarias desordenadas deberían ser evaluados para identificar experiencias infantiles adversas o falta de apoyo emocional, lo que permitiría a los profesionales de salud diseñar tratamientos que aborden el trauma subyacente y fomenten la resiliencia, evitando que la alimentación se use como mecanismo de afrontamiento.

 
 

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