Vehículos en riesgo por registro sin atención
Ciudadanos colocan una llanta sobre un registro de drenaje en la esquina de Morelos y Doctor Coss para evitar daños


En pleno corazón de Piedras Negras, sobre la transitada calle Morelos, justo en la intersección con la calle Doctor Coss, un registro de drenaje sin tapa se ha convertido en el más reciente símbolo del abandono urbano. Frente a la estación de bomberos de la zona centro, una simple llanta vieja ha sido colocada como advertencia y solución improvisada ante un hueco que, de no ser por esa intervención precaria, representaría un peligro inminente para cualquier conductor o peatón que transite por la zona.
Esta escena, aunque pueda parecer anecdótica, habla de una realidad profundamente arraigada en muchas ciudades del país: la precariedad de la infraestructura pública y la falta de respuesta ante los problemas más básicos. Una tapa de drenaje ausente, en apariencia un detalle menor, puede convertirse en un riesgo real, tangible y cotidiano. Los baches, registros descubiertos, banquetas rotas y alcantarillas expuestas no son simples desperfectos. Son recordatorios constantes de cómo lo común se ha vuelto invisible para quienes deberían garantizar su mantenimiento.
El uso de una llanta como señal preventiva no es nuevo. En muchas colonias y centros urbanos se han adoptado este tipo de medidas espontáneas, con cubetas, ramas, señales de tránsito reutilizadas o materiales abandonados. Estos objetos improvisados no solo marcan peligros, sino que encarnan una forma desesperada de adaptación social ante la omisión estructural. En lugar de soluciones institucionales, lo que se impone es la creatividad ciudadana, un parche temporal que, lejos de resolver el problema, lo expone.
El drenaje es uno de los pilares invisibles del funcionamiento urbano. Cuando opera correctamente, nadie lo nota; pero cuando falla, todo se desborda, literal y simbólicamente. Un registro sin tapa no solo representa un peligro físico para los vehículos que pueden dañarse al caer, sino que también puede poner en riesgo la vida de un motociclista o ciclista, o causar lesiones a peatones si se transita en condiciones de poca visibilidad.
Pero la crítica va más allá del objeto físico. El hecho de que una llanta usada sea la única barrera entre la normalidad y un accidente revela una fractura profunda en el sistema de prioridades públicas. Porque mientras otros temas ocupan los discursos, las pequeñas tragedias cotidianas se acumulan en las calles. Y aunque a simple vista una tapa de registro no tiene el peso mediático de una gran obra, su ausencia puede cambiar —para mal— la vida de una persona en cuestión de segundos.
En zonas céntricas como la de Morelos y Doctor Coss, donde convergen tránsito vehicular, comercio, servicios y flujo peatonal, estos detalles deberían estar bajo constante revisión. Pero lo que queda en evidencia es una falta de presencia en lo básico. Si no se puede garantizar que un drenaje esté cerrado, ¿qué garantía existe sobre el resto de los servicios? ¿Qué nivel de desgaste es necesario para que lo cotidiano se vuelva urgente?
Colocar una llanta como señal es también una forma de denuncia pasiva. No hace falta un cartel o una queja pública cuando el objeto en sí comunica el mensaje: aquí hay un problema, aquí falta algo, aquí nadie ha hecho nada. Es una intervención que grita en silencio. No busca embellecer ni justificar. Solo pretende evitar lo peor. Pero no por eso deja de ser una metáfora visual del abandono.
Las ciudades no colapsan de golpe. Lo hacen en silencio, cuando se normaliza el deterioro. Cuando se aprende a esquivar el bache, a rodear el hueco, a memorizar los puntos peligrosos. Cuando el ciudadano se convierte en guía de supervivencia urbana. Y esa es la crítica más dura: no solo se deterioran las calles, sino también las expectativas.
El registro de drenaje cubierto con una llanta no necesita más adornos. Es una escena que se explica sola. Que duele sin gritar. Que recuerda que muchas veces la vida cotidiana se sostiene no por diseño, sino por reacción. Una ciudad no debería funcionar así. Las soluciones no deberían depender de la imaginación ante el peligro, sino de una planificación que lo prevenga.
Es posible que mañana la llanta desaparezca, que sea removida por la lluvia, por un auto o por algún transeúnte. Tal vez entonces alguien caiga en el hueco, o tal vez otra persona coloque otro objeto para marcarlo. Y así continuará la cadena de improvisaciones, mientras lo urgente se vuelve rutina y lo básico se posterga indefinidamente.
Lo que revela este caso no es únicamente un descuido técnico, sino una lógica en la que lo elemental ha perdido valor. En la que mantener una tapa de registro en su lugar parece ser una expectativa demasiado alta. En esa lógica, los ciudadanos no esperan ya soluciones, sino simplemente sobrevivir sin daños.
La crítica no recae en un nombre, ni en una dependencia específica. Recae en una forma de administrar lo común que ha aprendido a convivir con lo roto. Que no se escandaliza ante un hueco cubierto por una llanta, sino que lo asume como parte del paisaje. Recae en una normalización del abandono.
No es el hueco lo que más preocupa. Es la costumbre. La resignación. La certeza de que nadie lo reparará pronto. De que la llanta, por inverosímil que parezca, permanecerá ahí más tiempo del que debería. Y eso es, quizás, lo más alarmante.
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