Zanja abierta en la colonia Cumbres expone fallas urbanas
Esta situación retrasa la circulación vial afectando a vecinos quienes que radican frente a la zanja

Una profunda y peligrosa zanja permanece abierta desde hace varios días sobre la calle Cumbre Peña de Nevada, en la colonia Cumbres de Piedras Negras, afectando directamente al tránsito vehicular y obligando a los vecinos a modificar sus rutas cotidianas, exponiendo a quienes circulan por la zona a riesgos evidentes, particularmente durante la noche o en condiciones de lluvia.
La zanja, que se encuentra justo a media calle, representa no sólo un obstáculo vial, sino una muestra clara del deterioro que presentan múltiples sectores de la ciudad en términos de planeación, mantenimiento y atención a la infraestructura urbana. Lejos de estar debidamente señalizada o resguardada, el único indicio que alerta sobre su presencia es un tubo largo colocado de forma improvisada por habitantes del área, quienes se han visto obligados a actuar por cuenta propia ante la omisión de soluciones formales.
Este tipo de situaciones, cada vez más comunes en diferentes puntos de la ciudad, reflejan un patrón preocupante: obras sin concluir, reparaciones prolongadas indefinidamente, excavaciones abiertas que se convierten en trampas para vehículos, peatones y ciclistas, y una nula respuesta oportuna para mitigar los riesgos. Aunado a esto, la falta de señalización adecuada y la ausencia de rutas alternas seguras pone en entredicho la importancia que se le da a la seguridad pública en zonas residenciales.
La problemática de esta zanja no es un caso aislado ni exclusivo de la colonia Cumbres. Es, más bien, el síntoma de un fenómeno recurrente que denota descuido, burocracia ineficiente y una alarmante desconexión entre las necesidades reales de la ciudadanía y las prioridades operativas de los encargados de velar por el buen estado de la infraestructura urbana.
Las consecuencias de tener una zanja abierta sin supervisión ni atención adecuada van más allá de la molestia cotidiana de rodear una calle. Se trata de un riesgo latente para accidentes vehiculares, daños a unidades motrices e incluso lesiones personales. En un escenario como este, una bicicleta, una motocicleta o un peatón con visibilidad limitada por la oscuridad o el mal clima podrían sufrir percances graves. Más aún si se considera que el área circundante presenta tráfico frecuente y es utilizada por personas de todas las edades, incluidas menores y personas adultas mayores.
El hecho de que los propios vecinos hayan tenido que intervenir, colocando un objeto rudimentario para alertar a quienes transitan por el sitio, es revelador. No sólo indica la falta de atención institucional, sino que también refleja la forma en la que, poco a poco, la ciudadanía ha ido normalizando la carencia de servicios públicos eficaces. Vivir con zanjas abiertas, baches profundos, luminarias inservibles y banquetas intransitables ha dejado de ser una excepción para convertirse en una constante que afecta la calidad de vida.
En una ciudad que enfrenta temperaturas extremas, lluvias intensas y una creciente demanda vehicular, los problemas estructurales del entorno urbano deben ser tratados con seriedad y visión a largo plazo. Sin embargo, lo que ocurre en calles como Cumbre Peña de Nevada parece apuntar a lo contrario: soluciones temporales, falta de seguimiento, escasa o nula supervisión y, lo más preocupante, indiferencia frente a los riesgos potenciales para la población.
El abandono de este tipo de obras o trabajos inconclusos habla también de una gestión fragmentada. No hay evidencia de coordinación efectiva entre las áreas responsables de obras públicas, vialidad, mantenimiento urbano y protección civil. Cuando cada departamento opera en silos, las respuestas se vuelven lentas, ineficientes o, en muchos casos, inexistentes.
Esta situación también genera un efecto dominó sobre otros aspectos del entorno: la movilidad urbana se vuelve más complicada, el transporte público se ve obligado a modificar rutas, los negocios locales se ven perjudicados por la reducción de tránsito peatonal o vehicular, y se eleva la percepción de abandono entre los ciudadanos. A esto se suma el hecho de que, al no haber una comunicación clara ni visible respecto al motivo de la zanja o la duración prevista de los trabajos, se incrementa el malestar y la incertidumbre entre la comunidad.
Es inaceptable que en pleno siglo XXI, cuando existen múltiples tecnologías para garantizar una gestión eficiente de los servicios públicos, se sigan presentando escenarios donde el descuido y la improvisación ponen en riesgo a la ciudadanía. Las zanjas abiertas no deberían ser un paisaje común, y mucho menos deberían ser parte de la rutina urbana de una ciudad que busca proyectarse como moderna, segura y funcional.
El problema de fondo no es solo el hoyo en la calle, sino la ausencia de un sistema que prevenga, supervise y actúe con responsabilidad. No se trata únicamente de tapar una zanja, sino de atender un modelo fallido de atención urbana que normaliza el abandono como parte del paisaje cotidiano.
Mientras tanto, la zanja en la colonia Cumbres sigue ahí, como un recordatorio físico del costo que tiene la indiferencia. Y aunque hasta ahora no se han registrado accidentes graves, la pregunta no es si ocurrirán, sino cuándo. Y cuando eso suceda, ya no bastará con colocar tubos improvisados: se necesitarán explicaciones que probablemente lleguen tarde.
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