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La literatura en Noruega, un ejemplo para México

Jean Meyer
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Jon Fosse, premio Nobel de Literatura en 2023, autor de muchos libros accesibles en español, acaba de terminar su fascinante Septología(1,200 páginas) con el tomo VI-VII Un nuevo nombre, narrado por su héroe de siempre, Asle, viejo pintor viudo, que vive solo al lado de un fiord, lejos de Bergen. 

Larga reflexión en forma de torbellino, en una sola frase que nos lleva a las profundidades del alma de este solitario, marcado por la vida. Jon Fosse es ahora, como abanderado de la literatura noruega, el más conocido, pero debemos saber que la literatura ocupa un gran lugar en su país. Quizá, la política del libro de Noruega podría servirnos de ejemplo, cuando, en México, año tras año, cierran las librerías y las bibliotecas, cuando disminuye el número de lectores.

Con sus menos de seis millones de habitantes, Noruega es una pequeña nación, pero un gigante literario, nos dice Sarah-Louise Pelletier. Jon Fosse es su cuarto Nobel, después de Bjornstjerne Bjornson (1903), Knut Hamsun (1920) tan admirado por Henry Miller, y Sigrid Undset (1928). 93 por ciento de los noruegos afirma haber leído por lo menos un libro en 2024, y 40 por ciento lee más de diez libros cada año. 

Sorprendente récord mundial que no se explica por un crudo invierno, prolongado y obscuro. Bajo el mismo clima, ni Suecia, ni Canadá alcanzan tales cifras. Parte de la explicación se encuentra en la política pública del libro. La que deberíamos imitar, adaptándola a nuestras condiciones sociales, económicas y               educativas.

Desde 1960, cada año, el Estado noruego compra 1,500 ejemplares de los 600 nuevos títulos (en promedio) para repartirlos entre las bibliotecas locales. Eso asegura un ingreso mínimo a los editores que no tienen que mandar los libros a la trituradora; estimula la toma de riesgos editoriales y la diversidad literaria; vuelve innecesaria la carrera al best seller comercial. “Noruega tiene una fuerte política regional que garantiza que todos los lugares del país reciban servicios equivalentes en calidad. 

El libro es considerado un bien cultural, y no como un bien comercial”, comenta Daniel Chartier. Además, Noruega apoya a sus autores con becas, subvenciona a sus editores y libreros con una reglamentación y una fiscalidad favorables. Un comité de expertos funciona de manera satisfactoria que selecciona las obras subvencionadas y no a los editores sin tomar en cuenta los títulos publicados. Como en Francia, el Estado adoptó la medida esencial: el precio fijo del libro que protege a los libreros independientes contra las grandes distribuidoras, que no pueden, como antes, hacer grandes descuentos.

Noruega ha creado el escaparate Bokhylla que ofrece el acceso gratuito en línea a los libros ya olvidados: 85 por ciento de aquellos han sido consultados. La Biblioteca Nacional trabaja para poner en línea todos los escritos noruegos desde finales del siglo XVII. Todo esto creó un ecosistema dinámico (400 editores), sostenido por un Estado que valoriza la cultura y también las lenguas y culturas autóctonas. 

Está permitido soñar: sueño para México una política ambiciosa como la de Noruega. Valdría la pena abrir, o reabrir, el debate cuando uno ve hundirse la gran nave de nuestro querido Fondo de Cultura Económica. ¿Por qué no consultar al consejero cultural de la embajada de Noruega en nuestro país? Un tiempo la embajada de Francia tenía un Oficio del Libro, animado hace mucho por Philippe Ollé-Laprune, que fue después y hasta 2016 el director de la Casa Refugio del Escritor apoyada por Cuauhtémoc Cárdenas, cuando regía la ciudad de México. 

Philippe recomendaría también imitar el NORLA: Literatura Noruega Allende las fronteras, órgano que financia fuertemente la traducción de las obras noruegas, otorgándoles una visibilidad mundial; así dieron a conocer a Jon Fosse, mucho antes de que resulte “nobelizable” y, finalmente, premio Nobel. Editores y autores resultan beneficiados por el sistema de los derechos de autor.

Se vale soñar ¿o no?

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