La tiznadera de la barredora
Marcela Gómez ZalceLa seguridad psicológica es la percepción que tienen las personas de que pueden expresarse libremente sin temor a represalias, humillaciones y/o consecuencias negativas para su reputación, estatus o carrera. Es un clima de confianza y respeto que permite a los individuos sentirse protegidos emocional y mentalmente al participar en un equipo u organización.
Ahora bien, en las áreas de seguridad aquélla significa que el personal puede actuar, reportar información, tomar decisiones tácticas o expresar preocupaciones sin miedo al abandono institucional, siempre que se actúe bajo el marco de la ley.
México vive en regiones enteras la impunidad y la ley del imperio criminal. Bajo la nueva estrategia de seguridad —delineada en Estados Unidos— que tiene como meta terminar con la percepción de los abrazos para las organizaciones delictivas, se ha desencadenado un caos al interior de la burbuja de Morena; los intereses del poder criminal incrustados dentro del Estado mexicano sostienen gran parte de la narrativa estadounidense.
La anunciada firma de un convenio de seguridad entre ambos países implicará una presión adicional para el gobierno de Sheinbaum que no tiene salidas de emergencia. Deberá actuar contra los de casa.
La corrupción en la 4T que se exhibe a borbotones no es ya un fenómeno aislado sino un sistema que articula intereses de funcionarios, empresarios, legisladores, crimen organizado y actores externos.
Cuando se amenaza ese sistema, sus beneficiarios reaccionan para protegerlo. En esta “transformación” los acuerdos no están en la ley sino en pactos informales de impunidad.
El escándalo de la organización delictiva “La Barredora” está en el corazón de ese sistema que benefició durante años con ríos de dinero ilícito campañas electorales, sicariatos y vidas de enriquecimiento (in)explicable. En paralelo, la acción del FinCen contra dos bancos mexicanos y una casa de cambio propiedad del exjefe de Oficina del inquilino de Palenque, exhibió el lavado de dinero de ese sistema dentro de la burbuja del poder. Todo ello enmarcado de los millones de decomisos, detenciones y pirotecnia mediática alrededor de esa corrupción que funciona como el mecanismo de distribución de beneficios.
Atacar este flagelo está provocando una respuesta defensiva del sistema corrupto para desgastar, intimidar y, como se vio en Tamaulipas, ejecutar a quien lo desafía mandando señales claras de quién manda. Las cañerías criminales hace mucho dejaron de operar en la clandestinidad y al volverse mediática la violencia muestra una estrategia planificada que desmoraliza, intimida y desestabiliza a las fuerzas policiales, militares y de inteligencia sin necesidad de enfrentarlas siempre de manera directa. El objetivo es sembrar dudas, desconfianza y zozobra debilitando la capacidad operativa y la cohesión interna de las fuerzas de seguridad.
La violencia en México tiene un componente mediático; cada ataque se amplifica en redes y en los medios tradicionales multiplicando el impacto emocional. Y en el actual contexto de un gobierno cuyos actores son señalados por corrupción, por ser facilitadores y/o líderes de organizaciones criminales designadas como parte de grupos terroristas, el mensaje para las áreas de seguridad con funcionarios profesionales y comprometidos es en muchas ocasiones: Sí están solos.
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