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Los valientes en México están solos

Salvador García Soto
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De aquella frase histórica del reformista Guillermo Prieto, que evitó en 1858 el asesinato del presidente Benito Juárez a manos de los soldados conservadores al grito de “los valientes no asesinan”, hemos pasado en el México actual a una nueva y dolorosa oración que describe fielmente lo que le pasa en este país violento y en sus estados fallidos, a los pocos mexicanos valientes que hoy se atreven a alzar la voz para denunciar la impunidad y el control total del crimen organizado a lo largo y ancho de la República: “a los valientes, los asesinan”.

Y es que a cualquier mexicano que se inconforme con la situación de inseguridad y violencia que vivimos, que se atreva a denunciar y a alzar la voz apuntando hacia el crimen organizado por extorsiones, despojos, desapariciones o asesinatos, automáticamente le sale una diana en la espalda o en la cabeza. No importa si es una madre buscadora que pida información y apoyo para encontrar a sus hijos, o sea un defensor de tierras y bosques, o un líder agrícola que denuncia y acusa abusos de los criminales, o un periodista, o un defensor de derechos humanos, o un líder social, o un sacerdote; cualquiera que se atreva a denunciar y a desafiar al poder criminal, sin importar origen, sexo o condición social, lo que le espera en este país es la muerte.

Porque en este país los valientes están solos y los gobiernos ineptos y ausentes no pueden ni quieren hacer nada para defenderlos, porque hasta ellos mismos aceptan que quien verdaderamente manda y gobierna hoy en México es el narcotráfico y su reinado de terror del sicariato. Son ellos y no las autoridades federales, estatales y municipales, quienes ya controlan y deciden la vida social, política y económica, cobrando impuestos a los mexicanos que producen, controlando precios y proveedurías en varios sectores económicos, desde el campo hasta la construcción, imponiendo gobernantes y asesinando a aquellos que se niegan a someterse a sus designios, y alterando la paz y la tranquilidad que le han robado a los habitantes de este país.

Hoy conmociona al país y se vuelve noticia internacional el asesinato cobarde y cruel de otro alcalde, Carlos Manzo, de Uruapan, Michoacán, cuyo único pecado fue no quedarse callado y denunciar la corrupción y colusión que se vive en su estado entre el gobierno del morenista Alfredo Ramírez Bedolla y los cárteles de la droga que siguen operando con toda impunidad en tierras michoacanas.

Su muerte, después de que acusó los vínculos y la protección que se le da a los criminales en su tierra, y luego de haber pedido en varias ocasiones apoyo y ayuda del gobernador y de la presidenta Claudia Sheinbaum, ante las amenazas del narco, es la confirmación de que no sólo no hay control ni gobernanza en amplias regiones del país donde las autoridades ya no tienen el control de nada, sino que además, de nada sirve hablar de “estrategias de inteligencia” o presumir cifras de disminución de delitos, si el Estado es incapaz de proteger no sólo a los ciudadanos comunes, sino a las propias autoridades que ni clamando por ayuda se salvan de ser ajusticiados por las balas del narcotráfico.

Y si la falla del gobierno federal es imperdonable, por no escuchar la presidenta el clamor del alcalde que anticipaba que podían matarlo si no recibía pronto ayuda federal o del estado, la actitud del gobernador Ramírez Bedolla, de indolencia y desprecio total por el alcalde asesinado, merecería, en una democracia normal, la renuncia inmediata de un mandatario que no puede controlar lo que sucede en su estado y al que, en menos de 15 días le matan a un dirigente agrícola, Bernardo Bravo, por denunciar la corrupción y extorsión del crimen organizado, y ahora a Carlos Manzo por acusar justo al gobernador y a su Guardia Civil de no proteger a la población y estar del lado de los criminales.

Es tanto el cinismo y la insensibilidad de Bedolla que todavía se le ocurrió pararse ayer en el funeral del alcalde Manzo, al que nunca atendió ni escuchó en sus denuncias y peticiones de apoyo, obteniendo lo que se ha ganado a pulso de los uruapenses y de muchos michoacanos: gritos de “Asesino” y “Fuera”, con los que lo repudiaron y corrieron del sepelio al que pretendía llegar para mostrar una solidaridad que nunca tuvo en vida para el edil acribillado.

Pero lo que más indigna y al mismo tiempo estremece de este asesinato es el mensaje tan crudo y contundente que manda el crimen organizado al matar a un alcalde justo en las festividades del Día de Muertos y ante una plaza abarrotada de ciudadanos donde había niños, como el pequeño que minutos antes de que le dispararan abrazaba Carlos Manzo, algo que no les importó a los criminales que se camuflaron entre la gente y sorprendieron a la poca seguridad que traía el alcalde, al que mataron, tras un forcejeo con el que intentó resistir la víctima, antes de que el ruido de los disparos, con la canción de La Llorona de fondo, dejarán tirado boca abajo y ya sin vida el cuerpo joven e inerte de Manzo.

Con el de Uruapan suman ya 10 alcaldes asesinados, tan solo en el año que va del gobierno de la doctora Sheinbaum y si se le suman las cuentas anteriores los Ayuntamientos de México se han convertido en panteones, lugares donde la autoridad ya es meramente simbólica porque el poder real en los municipios lo impone el narco y a los alcaldes que cooperen los corrompen y amedrentan quitándoles el poder, y a los que se resisten o deciden denunciarlos, simplemente los matan ante la inacción y la incapacidad de los gobernadores y de la Presidencia de la República para protegerlos.

“Denuncien, que presenten su denuncia”, se repite todos los días desde Palacio Nacional y cuando alguien denuncia y pide ayuda de manera insistente y desesperada, como lo hizo por meses el acalde Carlos Manzo, de cualquier modo no lo escuchan y lo que es peor, lo dejan solo y merced de los criminales que sólo tienen que esperar el momento, un descuido, un evento masivo o cualquier situación para cazar, literalmente, a los valientes que se atrevieron a denunciar.

Cada vez es más claro y evidente que el gobierno en todos sus niveles y el Estado mismo están más que rebasados y, aunque tienen la fuerza y las armas para acabar con el crimen organizado, lo que no tienen ellos, a diferencia de los mexicanos valientes que alzan la voz, es precisamente el valor y la decisión de terminar con ese cáncer que carcome desde sus raíces a este país. ¿Por qué no puede la presidenta ordenar operativos para entrar con toda la fuerza a estados fallidos como Michoacán, Guerrero, Sinaloa, Guerrero y cualquier otro que se le ocurra al lector y acabar de una vez por todas con esos criminales que son capaces de asesinar a un padre que apenas momentos antes traía en brazos a su niño?

¿Por qué un gobierno de izquierda, como el de Luis Inacio Lula Da Silva, si puede mandar a sus policías de élite a desmantelar a un cártel como el que operaba en las favelas de Río de Janeiro, aunque se tenga que pagar un costo social y político, con tal de terminar de una vez con las mafias criminales que dominan y controlan territorios, ciudades y estados?

El asesinato de Manzo está evidenciando que, con el argumento mal entendido de “los derechos humanos de los criminales” que tanto enarboló y defendió López Obrador, el gobierno federal se ha convertido en cómplice y protector de los narcos y, aún teniendo la capacidad de fuerza y de armas para aniquilarlos, prefiere tolerarlos y permitirles que sigan controlando ciudades completas, incluso capitales, al mismo tiempo que siembran el terror entre los mexicanos y matan sin piedad a cualquiera que se les resista o los denuncie.

O la doctora se decide a terminar de romper con el pasado y a aumentar notablemente la fuerza y la inteligencia de su estrategia para rescatar ciudades y regiones fallidas, como Michoacán, Sinaloa, Jalisco, Guerrero y un largo etcétera, o su gobierno simplemente no será, porque los mexicanos están hartos y desesperados a tal punto que no falta mucho para que alguien los llame a tomar las armas para defenderse, y entonces sí, cuando los valientes se cansen de estar solos y de ser asesinados sin piedad, la autoridad quedará completamente rebasada.

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