¿Quién asesora a la presidenta?
Salvador García SotoLa mención ayer desde la Casa Blanca de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, acusándola de “incitar a las protestas violentas” de migrantes en Los Ángeles es, con mucho, la acusación más grave y directa que se le haya hecho a un gobernante mexicano desde el gobierno de los Estados Unidos. Porque el mensaje de la secretaria de Seguridad, Kristi Noem —que es en realidad un mensaje directo del presidente Donald Trump— rompe con todas las reglas diplomáticas y de diálogo y cooperación en la relación bilateral, para ubicar a la mandataria mexicana como responsable de un ataque a la seguridad de los Estados Unidos.
Y si ya el dicho de la señora Noem, que incluso ha sido recibida con todas las cortesías en Palacio Nacional, era grave, la respuesta de la presidenta mexicana, si bien clara y contundente acusando de “falsas” las aseveraciones de la funcionaria estadounidense y reiterando su rechazo a la violencia como forma de protesta, no se hizo de la manera más acertada y vuelve a mostrar a una mandataria que parece estar sola y no contar con sus asesores y colaboradores en política exterior.
Porque en sentido estricto y hasta por protocolo en la relación con Estados Unidos, a la doctora no le correspondía salir a contestar personalmente los señalamientos de una secretaria de Estado del vecino país. Hubiera bastado y sería mucho más atinado que el canciller, Juan Ramón de la Fuente, o el embajador de México en los Estados Unidos, Esteban Moctezuma o de plano, para que fuera su par el secretario de Seguridad mexicano, Omar García Harfuch, fueran los que le respondieran a la señora Noem exactamente con las mismas palabras y el mismo deslinde, pero contestado por alguien de su nivel y no por la Jefa del Estado mexicano que sólo debiera dirigirse y contestarle al presidente de Estados Unidos.
Ya el hecho de que la doctora siga manteniendo el fatuo y manipulado ejercicio de las mañaneras, que sólo sirve como un acto de propaganda para sus bases políticas, expone a la mandataria a un desgaste brutal e innecesario. Porque todos los días, cuando no está respondiendo preguntas interesadas y hasta pagadas por empresarios o actores políticos, sobre temas particulares y que en la mayoría de los casos sólo son del interés de quienes pagan hasta 200 mil pesos por cada pregunta que responda la presidenta, aparece en otros temas desinformada, sin tener todos los datos a la mano y muchas veces perdiendo el tiempo en ataques y discursos contra la oposición.
Encima de esa exposición diaria, cada vez que hay un problema grave o que se hace un anuncio desde el gobierno de Trump, en la mayoría de los casos la que sale a responder y a dar la cara es la presidenta, mientras sus secretarios de estado, muy campantes y navegando de a muertito, rara vez fijan posiciones y se comprometen con respuestas, porque dejan que sea su jefa la que conteste y, por lo tanto, asuma también los costos de sus respuestas.
El problema es que en esa impulsividad y sobreexposición de la presidenta, que lo mismo convoca a Asambleas Informativas para responderle a Trump que se le sale su espíritu de activista y amenaza con que “de ser necesario nos vamos a movilizar para defender a los migrantes mexicanos”, su investidura como jefa del Poder Ejecutivo y del Estado mexicano no es del todo cuidada y la expone a cuestionamientos tan delicados como el que ayer le hicieron desde la oficina Oval, Donald Trump y su secretaria de Seguridad.
Las respuestas y posicionamientos de la presidenta tendrían que reservarse para los temas realmente importantes y trascendentes, tanto en la política interna como en la política exterior. Sólo en casos que lo amerite, la doctora tendría que dar la cara y hablar a nombre del gobierno de México, y no estar, de lunes a viernes y luego los fines de semana, opinando y dando posiciones sobre cuanto tema absurdo y manipulado le pregunten. Tendrían que ser sus asesores los que aconsejaran y cuidaran a la mandataria de no caer en la improvisación y la verborrea que la terminan exponiendo y la hacen parecer sola e incurrir en imprecisiones o dislates declarativos.
La idea de que un presidente que habla mucho gobierna bien no es necesariamente la que mejor se acomoda a esta coyuntura delicada que le está tocando a la doctora Sheinbaum en las relaciones con Estados Unidos. Si su antecesor hablaba y hablaba, y con eso fascinaba a sus seguidores, es porque él tiene otra personalidad y otro estilo político que no necesariamente es imitable ni recomendable para su sucesora, por mucho que lo admire y quiera parecerse a él. A López Obrador se le daba bien la arenga y la demagogia y le sirvió para sus objetivos políticos, pero no necesariamente el mismo modelo le está haciendo bien al gobierno de Claudia Sheinbaum.
Para la doctora, Donald Trump y sus políticas radicales y agresivas, está siendo lo que el Covid fue para el sexenio pasado. El reto que enfrenta la primera presidenta es tan grande como las presiones a las que está sometida, tanto por los problemas internos (buena parte de ellos herencia de su antecesor) como por las amenazas y acciones constantes del presidente estadounidense contra México y los mexicanos. Una Presidencia más sobria, mejor asesorada y menos impulsiva, que hable menos y decida más, le vendría bien al país en estos momentos tan complejos y le sentaría mucho mejor a la primera mujer que nos gobierna.
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