Sobre la crueldad rusa
Jean Meyer¿Qué queda de la vida interior cuando el mundo se vuelve más cruel aún, o parece volverse más cruel que nunca? ¿Hay solamente opción defensiva, encerrarse a cal y canto, o sólo sobrevivir”? preguntaba el austriaco Sigmund Freud al inglés Ernest Jones, el día de Navidad de 1914, seis meses después del inicio de la guerra mundial. En las pantallas nos informan cada día del número de muertos en varios trágicos campos de batalla, incluido nuestro México con sus 200 mil homicidios registrados en los últimos seis años, sin contar los desaparecidos que podemos dar por muertos.
En 1916, el mismo Freud reflexionaba sobre “la Gran Guerra que devasta a Europa. Piensen en la enormidad de brutalidad, crueldad, mentiras que han podido difundirse sobre el mundo civilizado. ¿Creen realmente que un puñado de ambiciosos engañadores sin conciencia pudieron exitosamente soltar todos aquellos espíritus malos si millones de seguidores no compartían su culpabilidad?”.
Cuando uno lee las descripciones de las horribles torturas a las cuales son sometidos los presos ucranianos, cuando escucha los soldados rusos que las cuentan a sus familiares, cuando uno se entera de los tormentos de todo tipo que sufren los jóvenes conscriptos rusos a la hora de la novatada, sufrimientos que causa muchos suicidios, uno se da cuenta que es un fenómeno frecuente en Rusia. En 1922, en su artículo “Del campesinado ruso”, Maxim Gorki dice que “la crueldad es lo que me ha asombrado y atormentado toda la vida.
¿Cuáles son las raíces de la crueldad humana? He reflexionado mucho y no he entendido y sigo sin entender. Hace tiempo, leí un libro con el título siniestro El progreso como desarrollo de la crueldad. El autor seleccionaba hábilmente los hechos para demostrar que, con el progreso, la gente sacaba un placer creciente a torturarse los unos a los otros, física y moralmente”.
El libro lo había irritado, pero, después de la guerra mundial y de la guerra civil en Rusia, cambió de parecer: “Y en cuanto a la crueldad rusa, me parece que no hubo evolución y que sus formas no han cambiado mucho. Como lo cuenta un cronista del siglo XVII, en su tiempo, torturaban llenando la boca de pólvora y prendiendo fuego; a veces, introduciendo la pólvora por el fundamento.
En 1918 y 1919, en el Don y el Ural, no actuaban de otra manera: introducían por abajo dinamita y reventaban al tipo. Así como el sentido del humor caracteriza al inglés, lo que es esencialmente ruso es el sentido de la crueldad peculiar, una crueldad fría, como para checar los límites de la capacidad de resistencia al dolor, como para estudiar la tenacidad a vivir y la firmeza frente a la muerte.
Se siente en la crueldad rusa un refinamiento diabólico, algo sutil y rebuscado. No se puede explicar esta característica con palabras como “psicosis” o “sadismo” que, finalmente, no explican nada. (…) Si las manifestaciones de crueldad fuesen la expresión de la psicología perversa de unos individuos, uno podría abstenerse de tocar el tema, porque relevarían de la psiquiatría y no del estudio de las costumbres. Lo que me interesa aquí, son únicamente los regocijos colectivos frente a los sufrimientos del prójimo”.
Luego describe una serie de torturas atroces practicadas por rojos, blancos, verdes y demás, en Rusia, entre 1917 y 1921 y pregunta quienes eran los más crueles ¿los blancos o los rojos? “Sin duda, era lo mismo de los dos lados. ¿A poco no son todos rusos? Además, es la historia que contesta mejor la pregunta sobre el grado de crueldad: el más cruel, es él que se mostró como el más activo”. Luego cita a un comandante del Ejército rojo, “humano a su manera, (que) trataba bien a sus soldados …
Me escuchó, pensativo, fumando su cigarro, luego sus ojos manifestaron tristeza. Suspiró y dijo: “Ahora, según veo, todos son completas granujas”. Gorki concluye: “¿Dónde está ese buen campesino ruso, incansable buscador de la verdad y la justicia, del cual habló la gran literatura ruso del siglo XIX, con tanta persuasión y belleza?”.
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