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Un año sin el Mayo y sin paz en Sinaloa

Salvador García Soto
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Ha pasado un año de que Estados Unidos se llevó a Ismael Zambada García y el gobierno de México sigue en la ignorancia de lo sucedido aquel 25 de julio de 2024. Uno de los capos más buscados del narcotráfico fue secuestrado y sacado del territorio nacional sin que el entonces presidente López Obrador —que presumía saberlo todo— fuera informado del operativo coordinado por agencias estadounidenses y del que nunca se enteraron (eso dice la versión oficial) ni la Presidencia de la República ni las áreas de inteligencia militar del país.

Y con la extracción del Mayo Zambada, lamentada y reclamada hasta el cansancio por el entonces mandatario, también se cumple un año de que inició la descomposición de Sinaloa, en donde dos meses después de que se llevaron al Capo, estalló una violenta guerra entre facciones del Cártel sinaloense que alteró la vida y tranquilidad del estado y de su capital Culiacán, convertida en zona de guerra, donde sus habitantes cumplen ya 10 meses de vivir en la total anormalidad, entre el terror de balaceras, fuegos cruzados, asesinatos, robo de autos y desapariciones.

Los saldos de tener un gobierno desinformado y un entonces presidente que andaba metido en las elecciones, como promotor y jefe de campaña de su candidata y su partido, ni se enteró de lo que planearon y ejecutaron en sigilo desde Washington, han sido desastrosos. El silencio del gobierno estadounidense y el no haber compartido la información de sus planes para secuestrar al Mayo Zambada y sacarlo del territorio nacional, fue la primera señal de que al gobierno mexicano, encabezado entonces por López Obrador, le habían perdido la confianza y que su estrategia de cobijo y protección a los cárteles de la droga, con los cuestionados “Abrazos, no balazos”, ya estaba en la mira de las agencias estadounidenses.

Durante los cuatro meses que le restaron a su gobierno, tras el golpe que recibió desde Washington, Andrés Manuel se dedicó solo a quejarse de que no le hubieran informado las autoridades estadounidenses y a culpar a Estados Unidos de la violencia que se desató en Sinaloa dos meses antes de que concluyera su mandato. Y lejos de tomar cartas en el asunto y mandar un operativo militar contundente para apagar la guerra iniciada entre los Chapitos y los Mayitos, con una total indolencia y negligencia de su responsabilidad constitucional, el ahora expresidente dejó solos a los sinaloenses y culiacanenses mientras se hundían en el horror de la guerra narca, y la vida y la economía de la capital de ese estado se trastocaban a tal grado que la población tuvo que encerrarse en sus casas por miedo, las clases se suspendieron y cientos de negocios y comercios comenzaron a cerrar y a resentir las pérdidas que los llevaron a la quiebra y a despedir a sus empleados.

En esos meses, entre septiembre y diciembre, antes de que entregara el poder, López Obrador nunca ordenó al Ejército a utilizar toda su fuerza —que la tiene y es muy superior a cualquier cártel y con más razón al de dos facciones de uno de ellos— para apaciguar a los hijos del Mayo Zambada y de Joaquín Guzmán Loera que, ante la tibieza y complacencia del gobierno federal y de las Fuerzas Armadas, que solo simulaban patrullajes y operativos sin confrontar a los dos ejércitos de sicarios, convirtieron a Culiacán en un campo de batalla, alcanzando en algún momento también a Mazatlán y a varios municipios del Estado. En esos días, un general del Ejército que había estado asignado en Sinaloa en el inicio de las hostilidades armadas, respondió a una pregunta que le formularon en una conversación privada sobre la razón de que se hubiera dejado crecer la guerra de los narcos y no se le haya sofocado de inmediato. “¿Por qué no entran con todo las Fuerzas Armadas y aplastan a las dos facciones. No pueden hacerlo?, le preguntaron al general y su respuesta de entonces explica porque hasta hoy, 10 meses después, el gobierno federal no logra pacificar totalmente al estado: “Claro que podemos, si nos dan la orden, en unos días acabamos con ellos, el problema es que esa orden no llega”.

Y al parecer después de 8 meses de que la presidenta Claudia Sheinbaum tomó el poder las cosas no han cambiado mucho, si bien ha habido avances y los operativos a cargo de la Secretaría de Seguridad federal han logrado detenciones de segundo y tercer nivel en las facciones enfrentadas. Porque todavía ayer, que se cumplía el año de la captura del Mayo Zambada, a la Presidenta le preguntaron si en algún momento acabarán con la guerra en Sinaloa y si el conflicto armado que vive esa entidad tiene salida: “Estamos trabajando y vamos a pacificar Sinaloa, eso va a ser así. Y se trabaja todos los días. Por supuesto que se va a pacificar Sinaloa. 
Ahora, es importante como se dio esto y la valoración de cómo fue la intervención en su momento, de agencias o instituciones del gobierno de Estados Unidos, hace un año, para provocar lo que ha ocurrido durante este año. Sí es importante que se analice”, respondió la doctora.

Es decir, que un año después, la Presidenta sigue en la misma lógica que su antecesor: lo que pasa en Sinaloa es culpa de Estados Unidos y no del gobierno de México. Y mientras su administración sigue sin saber bien a bien cómo fue que se llevaron al Mayo, la doctora no explica por qué esta guerra no ha pudo ser controlada desde los primeros meses y, como muchas otras de las herencias malditas que recibió de su antecesor, termina encubriendo o justificando los errores e inacciones de su mentor político.

Y si bien ella se compromete a que pacificará el estado y que esa acción está en curso, tampoco dice para cuándo lo logrará y pareciera que con el argumento de “la inteligencia y la estrategia” que lleva a cabo su hombre fuerte, Omar García Harfuch, la Presidenta gana tiempo y evita explicar con toda claridad porque ella tampoco se decidió a aplicar toda la fuerza del Estado mexicano para aplastar de golpe a los narcos sublevados en Sinaloa, en lugar de apostar por una estrategia “de inteligencia” que ha aumentado los costos de vidas y económicos, al mismo tiempo que ha alargado el sufrimiento y el miedo en el que siguen viviendo los sinaloenses.

Al final, Sinaloa es el fiel reflejo de lo que pasa con la violencia narca en el país: mientras Estados Unidos presiona por una guerra frontal a los cárteles y sus capos a los que considera terroristas, el gobierno de Sheinbaum y su “súper secretario” defienden su estrategia de inteligencia que sí, da golpes, incauta drogas, atrapa a huachicoleros y extorsionadores, al tiempo que detiene a mandos medios del narcotráfico, pero no logra frenar ni parar la extendida y tolerada violencia criminal que sigue matando, desapareciendo y desplazando a mexicanos, lo mismo en Sinaloa que en Veracruz, Michoacán, Tamaulipas, Tabasco, Guerrero, Baja California, Jalisco, el Estado de México, Zacatecas, más las entidades que quieran agregar los lectores.

La Presidenta pide tiempo para que su estrategia siga dando resultados y permita pacificar a Sinaloa y a todo el país, pero hace rato que el tiempo se le agotó a ella y a su partido para explicar por qué en el sexenio pasado no se hizo nada para evitar la expansión de los cárteles y se les otorgó toda la impunidad para apoderarse de regiones y entidades enteras. Hoy mismo, que la doctora dice estar actuando y combatiendo a los narcos, es más que evidente que la impunidad del crimen organizado sigue gobernando y mandando sobre buena parte del territorio nacional.

Es cierto que Sheinbaum y García Harfuch al final se alejaron de la negligente y criminal política de “Abrazos, no balazos” del que anda escondido por miedo a los gringos; pero igual de cierto es que su estrategia “inteligente” no alcanza todavía para ponerle fin a la violencia y al imperio del narco en este México donde igual asesinan a una maestra jubilada por no pagar derecho de piso, que secuestran, asaltan y extorsionan a transportistas, mientras se documenta que desde gobiernos estatales de Morena se contrató a criminales como responsables de la seguridad.

Donald Trump y sus halcones presionarán cada vez más a la Presidenta de México para que se decida a aceptar la ayuda que le ofrecen y acabar de una vez por todas con los cárteles. Y en la medida que la Presidenta siga perdiendo tiempo con estrategias lentas y de mediano plazo, los golpes desde Washington continuarán para el país y para su gobierno, tensando cada vez más la vital relación con el vecino del norte. Pero la impaciencia no es sólo de la Casa Blanca, también es de millones de mexicanos que esperan que la Presidenta se decida de una vez por todas a tomar sus propias decisiones y a dejar de estar encubriendo y obedeciendo al pasado.

Justo ayer la Presidenta respondió a una pregunta en su conferencia matutina deslindándose de los narcos y sus abogados: “Yo no hablo con abogados de narcotraficantes ni con narcotraficantes”, dijo soltando una risita. Y si ella no lo hace, ¿por qué sigue protegiendo y acatando órdenes de los que sí hablaban con los narcos?

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